La tarde avanzaba con su ritmo perezoso mientras los rayos del sol se deslizaban por las persianas de la oficina de Minho, dejando su tenue luz sobre el sofá donde él y Felix compartían un momento íntimo.Minho, con su cabello castaño ligeramente despeinado, tenía a Felix entre sus brazos. El rubio de pecas en el rostro sonreía entre beso y beso, disfrutando del calor y la seguridad que le brindaba estar con Minho. El mundo exterior no importaba.
—Eres solo mío, ¿entiendes? —murmuró Minho con una voz baja y cargada de posesividad, sus ojos castaños brillando con una intensidad oscura — Nadie más tiene derecho a mirarte de la manera en que lo hago yo ni mucho menos a lastimarte.
Felix se mordió el labio, sintiendo la corriente de emociones que Minho siempre provocaba en él. Sabía que esas palabras no eran solo una muestra de afecto, sino una promesa, una declaración de que nada ni nadie se interpondría entre ellos.
—Lo sé, nadie más que tu puede hacer eso —respondió Felix en un susurro, devolviéndole el beso, sus labios encontrándose en una danza que ya conocían demasiado bien.
Ambos estaban perdidos en ese pequeño paraíso creado por sus cuerpos y almas. La oficina, normalmente fría y austera, se había transformado en un refugio secreto, lejos de los ojos curiosos y los peligros que acechaban afuera. Sin embargo, lo que ellos ignoraban era que no estaban tan solos como creían.
Una figura se mantenía en la penumbra, oculta detrás de la puerta apenas entreabierta. El desconocido observaba en silencio, sus ojos fijos en la escena que se desarrollaba frente a él. Cada beso, cada caricia, todo era visto por ese par de ojos sin nombre. El observador no emitió ningún sonido, ni siquiera un suspiro, asegurándose de que su presencia no fuera detectada. El corazón de esa figura latía con fuerza, quizás por la adrenalina del secreto robado o por el simple hecho de presenciar algo tan prohibido.
Felix, completamente absorto en Minho, no tenía idea de que alguien más los vigilaba. Y Minho, aunque siempre estaba alerta por naturaleza, estaba demasiado enfocado en Felix como para percibir el peligro escondido en la sombra.
El silencio de la oficina solo era roto por los susurros suaves y los movimientos sutiles de los dos hombres en el sofá. La figura detrás de la puerta mantuvo su posición durante unos minutos más, hasta que, con la misma discreción con la que había llegado, se deslizó hacia atrás, desapareciendo en los pasillos antes de que cualquiera de los dos pudiera siquiera sospechar que su secreto no era tan seguro como creían.