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Estaba agotada al salir de la piscina. Sentía mis músculos arder bajo la piel, una prueba del esfuerzo que había invertido. Mi entrenador había gritado durante todo el entrenamiento, empujándome al límite, y yo estaba al borde del colapso. Respiré hondo, intentando recobrar algo de energía.

—Radia, necesito hablar contigo —dijo Fran con su voz grave. Levanté la mirada, esperando un milagro que me salvara de la inevitable conversación.

—Ya voy, Fran —respondí mientras caminaba hacia él. Estaba sentado en una banca, sujetando una tabla con una mano y su cronómetro colgando del cuello. Una leve sonrisa se asomó en su rostro al escuchar su nombre.

Fran era un hombre de 33 años que había entrenado a campeones mundiales, un verdadero maestro en su campo. Su actitud severa y su rostro serio eran la coraza que usaba en su rol de entrenador, pero yo sabía que debajo de eso había un hombre generoso y comprensivo. Hoy había gritado tanto que pensé que estaría furioso, pero su expresión era sorprendentemente tranquila, lo que me alivió un poco.

—Lo hiciste muy bien hoy, Radia —dijo con una mezcla de orgullo y satisfacción—. Con los tiempos de hoy, estarás entre las primeras en el campeonato europeo. Podrías llegar al mundial si sigues trabajando así.

Me picaban los ojos de la emoción. ¿Era en serio? ¿De verdad podría estar entre las mejores?

—¿Me estás jodiendo, Fran? ¿Yo? ¿De verdad? —no pude contenerme y lo abracé.

—Que sí, niña. Puedes lograrlo. Todo el esfuerzo que estás haciendo ha valido la pena. Mudarte a Italia desde Chile para entrenar y cumplir tus metas se está pagando. Estoy agradecido de que hayas confiado en mí para ser tu entrenador y de poder ver cómo has crecido desde que llegaste aquí —dijo mientras me correspondía el abrazo, sin importarle que estuviera empapada.

—Fran, yo de verdad... Gracias —me separé para verle el rostro. Sus ojos también brillaban con lágrimas contenidas, igual que los míos.

—Sigamos trabajando juntos. Ve a cambiarte, lo has hecho bien —sonrió, y yo asentí.

—Gracias por creer en mí —le devolví una sonrisa amplia.

—Nos vemos mañana —dijo, y yo tomé mis cosas para irme al vestuario.

Mientras me cambiaba, no podía dejar de pensar en lo lejos que había llegado. Después de un año y medio de trabajo duro, finalmente veía resultados significativos en mi carrera deportiva. A mis 23 años, había dejado todo atrás en Chile para venir a Italia. Estaba decidida a cumplir mis metas, sin importar el costo. Había estudiado administración e idiomas en la universidad, lo que me permitió dominar cinco idiomas además de mi lengua materna, el castellano. La beca para perfeccionar mi italiano fue solo un medio para un fin mayor: llegar al mundial.

Milán era una ciudad vibrante y llena de historia. Me perdía a menudo en sus calles, descubriendo que cada rincón tenía una historia que contar. Pero también había días en los que me sentía sola, lejos de mi familia, de mi país y la nostalgia me invadía, aunque sabía que esto valía la pena, la experiencia de crecer y aprender en el extranjero era algo único y significaba mucho para poder crecer como deportista y en mis estudios.

Después de vestirme, me dirigí a la entrada. Vi cómo una multitud se agolpaba en el gimnasio de volleyball, al parecer había un partido. Tenía una clase de italiano, pero la tentación de ver el partido me hizo dudar. Me acerqué a las gradas y me senté en el último escalón, desde donde tenía una buena vista del campo.

Los equipos salieron a la cancha, las capitanas se saludaron, y el árbitro dio inicio al juego. El ambiente estaba cargado de energía, y ambos equipos lo daban todo. Noté que un chico de aspecto asiático se sentaba a mi lado. Parecía tener mi edad.

Love Theory | Yuki IshikawaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora