XII

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El silencio que siguió a sus palabras era tan denso que podía sentir cada latido de mi corazón resonando en mis oídos. Yuki permanecía peligrosamente cerca, sus ojos fijados en los míos con una intensidad que me abrumaba. Su aliento cálido rozaba mis labios, y la firmeza de sus manos en mi cintura me anclaba en este momento, en él. Todo eso no me dejaba pensar con claridad.

Sus dedos, comenzaron a deslizarse desde mi cintura hasta mi espalda, trazando un camino lento y deliberado que envió una descarga eléctrica por mi columna. No había urgencia en sus movimientos, solo una paciencia que me desarmaba por completo, como si estuviera dispuesto a esperar el tiempo que fuera necesario para que yo entendiera lo que estaba sucediendo. Mi mente era un caos.

Pero el tiempo parecío detenerse en el momento en que sus labios rozaron los míos, y mi mente se nubló, incapaz de pensar en otra cosa que no fuera lo que él significaba para mí. Había algo en la forma en que Yuki me miraba, en la manera en que sus ojos exploraban cada rincón de mi rostro, que me hacía sentir como si fuera lo único que importaba en el mundo.

Lentamente, llevé mis manos a sus hombros, sintiendo la tensión en sus músculos bajo la tela de su camisa. Quería decir algo, encontrar las palabras para expresar el torbellino de emociones dentro de mí, pero no podía. Lo único que escapó de mis labios fue un susurro cargado de sentimiento.

—Yuki... te quiero a ti —mi voz se quebró en un murmullo.

Antes de que pudiera decir algo más, sus labios encontraron los míos con una pasión contenida que encendió cada fibra de mi ser. Había una necesidad palpable en la forma en que sus labios se movían contra los míos, como si quisiera marcarme con su esencia y, al mismo tiempo, asegurarse de que no me alejara. Respondí con la misma intensidad, mis manos aferrándose a sus hombros mientras su cuerpo se inclinaba sobre el mío, dominando cada centímetro de mi voluntad.

Nos movimos hacia el sofá, sin romper el contacto, como si estuviéramos en una danza coreografiada por nuestros propios deseos. Yuki me guió con cuidado, sus manos firmes en mi cintura mientras nos acomodábamos, recostados en el sillón, enredados el uno en el otro.

El beso se profundizó, sus manos deslizaron por mis costados. Cada caricia, cada gesto, parecía hablar más que cualquier palabra. Yuki estaba despertando algo dentro de mí que no sabía que existía, una necesidad de pertenecerle, de sentirlo cerca, de perderme en él. En ese momento, nada parecía importar más que la sensación de estar entre sus brazos.

Cuando finalmente nos separamos para respirar, nuestras respiraciones eran erráticas, y nuestras frentes permanecieron juntas, como si nos resistiéramos a la distancia que había crecido entre nuestros labios.

—No quiero que esto sea solo un momento, Radia —dijo, su voz áspera por la emoción contenida —Quiero que sepas lo que significas para mí, y lo que quiero para nosotros.

Sus palabras, tan sinceras y cargadas de una intensidad que rara vez mostraba, me hicieron tragar con fuerza. Mi mente estaba en caos, pero al mismo tiempo, una claridad se abría paso en lo profundo de mi ser. Lo que Yuki decía resonaba en lo más profundo de mí, y por primera vez en mucho tiempo, me sentí segura de mis propios sentimientos.

—Yo también... —empecé, luchando por encontrar las palabras adecuadas —Yo también lo deseo, Yuki. Pero todo esto me asusta.

Sus ojos se suavizaron, y su mano subió para acariciar mi mejilla con el pulgar, trazando un camino suave desde mi mandíbula hasta mi barbilla. Había una ternura en su toque que deshacía cada fibra de mí.

—No tienes que tener miedo —susurró, su voz envolviéndome como una promesa —No te voy a dejar ir, Radia. Lo que siento por ti...no es algo que pueda ignorar y no quiero que lo ignores tampoco... desde que te conocí sentí una atracción hacía ti, algo que no pude controlar... Radia te quiero para mí.

Love Theory | Yuki IshikawaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora