Capitulo 4

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Jisung mordió su labio, mirando a su padre con ojos suplicantes. Había una desesperación latente en su mirada, como si rogara que no lo entregara al destino que lo aguardaba, un destino que parecia ser tan aterrador como una condena a muerte.

A pesar de su juventud, entendía que algo importante estaba a punto de cambiar en su vida, y ese cambio le generaba un profundo temor.

Cuando ambos llegaron a la habitación que ahora tendrian que compartir, Jisung bajó la mirada, sintiendo un nudo en la garganta. No sabía qué decir ni cómo actuar en esa situación tan incómoda. Tal vez, pensó, si él y Minho llegaran a conocerse mejor, podrían encontrar un ambiente común, algo que les permitiera ser amigos, o al menos no enemigos. ¿No era eso posible?

—¿Así que esta es tu casa? —murmuró, su voz apenas audible, como si temiera romper el frágil silencio que los rodeaba—. Yo... creo que ya sabes que voy a vivir aquí contigo, y... quería saber si eso te incomoda.

Minho, sin embargo, estaba demasiado perdido en sus propios pensamientos. Había estado tan concentrado en lo que aquello significaba para él, en lo injusto que sentía todo, que ni siquiera se dio cuenta de que ya habían llegado a la habitación. Fue solo cuando Jisung habló que Minho salió de su ensimismamiento.

—No intentes hablar como si ahora mágicamente fuéramos amigos —respondió con un tono cargado de amargura, cada palabra siendo un reflejo de la confusión y el resentimiento que llevaba dentro.

Minho estaba irritado, pero en lo profundo sabía que su enojo no era culpa de Jisung. Sin embargo, el menor estaba allí, a su lado, y eso lo convertía en un blanco fácil para descargar todo lo que Minho sentía en ese momento.

—Por supuesto que me incomoda —continuó, su tono ahora menos agresivo pero aún teñido de frustración—, pero no es algo que pueda cambiar realmente.

Sin más, se dejó caer en la parte inferior de la litera, un mueble que su madre había instalado de antemano, sustituyendo su cama anterior. La habitación de Minho era pequeña, y colocar dos camas individuales hubiera hecho el espacio aún más reducido. La litera, aunque funcional, era un recordatorio constante de que ahora debía compartir lo que antes era solo suyo.

Jisung soltó un pequeño suspiro, mirando hacia otro lado. Asintió en silencio, sabiendo que, por mucho que quisiera escapar, no podía salir de la habitación hasta que su padre regresara con las maletas. El silencio que siguió fue pesado, incómodo. Jisung, inquieto, se sentó en el borde de la cama, permitiendo que su mirada vagara por la habitación, absorbiendo cada detalle con curiosidad.

Fue entonces cuando sus ojos se detuvieron en la mano de Minho. Notó que la venda que la cubría se estaba manchando de sangre, una señal de que la herida debía estar abierta nuevamente. Jisung sintió una punzada de preocupación, pero se mordió la lengua, decidiendo no decir nada. No quería provocar más tensión, ni hacer que Minho se sintiera atacado.

Minho, por su parte, respiraba con calma, aunque por dentro su mente era un torbellino. Sabía que no era justo volcar toda su ira sobre Jisung, que el menor no tenía la culpa de lo que estaba ocurriendo. Sin embargo, no podía evitar sentir resentimiento hacia la situación en la que se encontraba.

—Entonces... —rompió el silencio, su voz sonando algo más tranquila—, ¿qué te parece todo esto? —había una nota de ironía en su tono—. Me incomoda el silencio, siempre ha sido así para mí.

—Si mi padre es feliz, para mí está bien —respondió Jisung, sintiendo que era lo único que podía decir—. ¿Y tú? ¿Cómo te sientes con todo esto?

Minho no respondió de inmediato. Se quedó pensativo, analizando si debía ser honesto con Jisung. Sabía que la sinceridad podía ser peligrosa, especialmente después de todo el tiempo que había pasado molestándolo. Aún así, algo en él decidió que Jisung merecía saber la verdad.

—Siendo completamente sincero, odio este matrimonio —dijo al fin, sintiendo un sabor amargo en la boca al pronunciar esas palabras—. Mi padre murió hace dos años y, de repente, tengo un padrastro y... aparentemente, un hermano.

Minho nunca se había imaginado a sí mismo compartiendo algo tan personal con Jisung. Durante tanto tiempo había mantenido al menor a una distancia considerable, casi como si fueran de mundos completamente distintos. Pero ahora, con todo lo que estaba pasando, parecía imposible seguir manteniendo esa distancia.

—L-lo siento mucho —murmuró Jisung, con una voz cargada de empatía. En ese momento, sintió el impulso de abrazar a Minho, de ofrecerle algún consuelo, pero se contuvo. Sabía que Minho valoraba su espacio personal, y no quería hacer nada que pudiera incomodarlo más de lo que ya estaba—. Mi padre no es un mal hombre... mi madre lo engañó hace años, y te aseguro que él ama a tu madre. No quiero justificar nada, pero... ¿podrías darle una oportunidad? Si después de eso sigue pareciéndote tonto y desagradable, supongo que tendrás que acostumbrarte —terminó con una ligera risa, ocultando su rostro en la almohada como si quisiera esconderse de la intensidad del momento.

—No tienes que disculparte, Jisung —Minho notó que, por primera vez, sus palabras hacia el menor no llevaban el usual tono de desprecio—. Supongo que tienes razón. Aún así, tendré que acostumbrarme. No es como si pudiera quejarme con mi madre... —mientras hablaba, Minho observaba a Jisung de reojo, tratando de descifrar sus expresiones. Jisung era adorable, en una forma que Minho nunca antes había notado, o quizás nunca había querido notar—. Lo que más deseo es ver a mi madre feliz. No quiero arruinar eso por ser egoísta.

—Eso es lo que yo quiero para mi padre también. No culpo a mi madre por lo que hizo, pero tampoco la justifico. Tu madre es una mujer increíble y... siento estar interfiriendo en tu espacio. Trataré de no molestar —Jisung soltó un pequeño suspiro justo cuando su padre tocó la puerta, dejando las maletas en la entrada.

Jisung se levantó de la cama y comenzó a guardar sus cosas, organizándolas con cuidado en la mesita de noche. Sus ojos recorrieron los dos armarios disponibles en la habitación.

—¿Cuál de estos es el tuyo? —preguntó, su voz apenas un susurro, pero lo suficientemente fuerte como para llamar la atención de Minho.

—Gracias... supongo —Minho se levantó al ver que su padrastro había dejado las maletas de Jisung en la puerta—. Mi armario es el de la izquierda. El de la derecha es todo tuyo.

Mientras Jisung organizaba sus prendas en silencio, Minho no podía evitar mirarlo de reojo. Era extraño tenerlo tan cerca, en su espacio, cuando durante tanto tiempo habían vivido como extraños, manteniendo la distancia o como hace pocos días, formando parte como uno de los acosadores de Jisung. Había algo en esa cercanía que le resultaba incómodamente íntimo, y, sin embargo, Minho no podía negar que empezaba a acostumbrarse a la idea.

Una vez que terminó de guardar sus cosas, Jisung sacó su teléfono de la mochila, que había olvidado en su prisa por ordenar todo. Se concentró en responder rápidamente a los mensajes de sus contactos más cercanos, dejando luego el teléfono sobre la mesita de noche. Finalmente, levantó la mirada hacia Minho, y con un pequeño susurro, preguntó:

—¿Vas a usar el baño? Quiero darme una ducha antes de que se haga más tarde.

Minho sonrió, pero había un toque de burla en su expresión, aunque con una pizca de verdad oculta tras sus palabras.

—¿Quieres que nos bañemos juntos, pequeñín? —bromeó, disfrutando del leve sonrojo que se extendió por las mejillas de Jisung—. No te preocupes, me bañaré más tarde.

Jisung no dijo nada más, simplemente desvió la mirada, sintiendo cómo sus mejillas se calentaban aún más por la vergüenza. Odiaba sentirse tan tímido por un comentario como ese, pero no podía evitarlo.

—B-bueno, entonces iré a bañarme —murmuró por última vez, tomando su ropa limpia antes de dirigirse al baño que se encontraba dentro de la habitación, cerrando la puerta tras de sí con un suspiro de alivio.

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El hermanito perfecto (MinSung)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora