CAPITULO II

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BOSTON MASSACHUSETTS

DANZEL GALLAGHER

Un día, como un rayo de luz en medio de la oscuridad perpetua que era mi vida, mi tía Abigail pareció darse cuenta de la desolación que impregnaba mi existencia en la casa de mis padres. Quizás fue una mirada furtiva, un gesto involuntario, o simplemente la intuición que solo una verdadera figura maternal podría tener. Fuera cual fuese la razón, decidió regalarme algo que, a primera vista, parecería insignificante para cualquier otro niño: un viejo peluche de soldado que había pertenecido a su hijo mayor.

En un principio, confieso, no sentí gran entusiasmo por aquel juguete gastado y deshilachado. ¿Qué niño querría un peluche viejo cuando podría tener juguetes nuevos y relucientes? Pero yo no era como los demás niños. No tenía la libertad de ser quisquilloso, no cuando este soldado de felpa era el primer y único juguete que había poseído jamás.

Con el paso de los días, algo extraordinario comenzó a suceder. Aquel pequeño soldado, con sus ojos de botón y su uniforme descolorido, se convirtió en mi confidente, mi compañero, mi único amigo en un mundo que parecía conspirar contra mi felicidad. Lo llevaba conmigo a todas partes: al patio, donde juntos librábamos batallas imaginarias contra enemigos invisibles; a la bañera, donde se convertía en un valiente capitán de submarino; y por las noches, lo abrazaba con fuerza, encontrando en su suave textura el consuelo que mis padres nunca me brindaron.

Por supuesto, mi creciente apego al soldado no pasó desapercibido para mis padres. Lejos de alegrarse por haber encontrado algo que me brindaba un poco de felicidad, se burlaban despiadadamente de mí. Sus palabras, afiladas como cuchillos, me herían profundamente:

"Eres un idiota por perder el tiempo con ese trapo viejo", escupía mi padre con desprecio. "Deberías estar estudiando tus lecciones de piano o leyendo más libros. ¿Cómo esperas llegar a ser alguien en la vida si te comportas como un bebé?"

Mi madre, por su parte, no se quedaba atrás en crueldad. Con una sonrisa burlona, solía arrancarme el soldado de las manos, sosteniéndolo fuera de mi alcance mientras yo lloraba y suplicaba que me lo devolviera. "¿Ves? Esto es lo que pasa cuando le das importancia a cosas estúpidas. Aprende a ser un hombre de una vez".

En esos momentos, yo lloraba con todas mis fuerzas, aferrándome a mi amigo de felpa con uñas y dientes cuando lograba recuperarlo. No entendía por qué mis padres querían privarme de la única fuente de consuelo que tenía en mi solitaria existencia.

Hubo un día, sin embargo, que quedó grabado a fuego en mi memoria. Mis padres habían salido a una de sus interminables reuniones sociales, dejándome solo en casa como era su costumbre. En un arrebato de juego, lancé al soldado por los aires, riendo con la libertad que solo experimentaba en la soledad. Pero mi risa se transformó en horror cuando vi que mi amigo quedaba atascado entre la parte superior de un alto librero y la pared.

La desesperación se apoderó de mí. Comencé a llorar desconsoladamente, mis sollozos resonando en la casa vacía. La idea de perder a mi único amigo, de no poder abrazarlo nunca más, era insoportable. Entre lágrimas y gimoteos, tomé una decisión que, en retrospectiva, podría haber sido fatal.

Con determinación nacida de la necesidad y el amor, comencé a escalar el librero. Mis pequeñas manos se aferraban a los estantes, mis pies buscaban apoyo donde podían. El miedo a caer era eclipsado por el terror de perder a mi soldado para siempre. Conforme ascendía, sentía el mueble tambalearse peligrosamente, pero no me detuve.

Finalmente, alcancé la cima. Estirando mi brazo hasta el límite, mis dedos rozaron la suave tela del soldado. Con un último esfuerzo desesperado, logré agarrarlo y atraerlo hacia mí. El alivio que sentí en ese momento fue indescriptible.

MI PERDICIÓN. (Obsesión Vol 3)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora