Tiempo antes.
Gemini no volvió a intentar tener relaciones sexuales conmigo; de vez en cuando nos tocábamos. Me besaba dejándome algunas marcas, sobre todo en el cuello, marcas que sorprendieron a mi padre cuando las descubrió porque no pensaba que tuviéramos una vida sexual activa, o al menos que lo intentáramos. Tocaba partes de mí que me hacían sentir placer, como mis orejas, mis pezones o delineaba mi espalda con su dedo.
Por supuesto, yo también lo tocaba. Disfrutaba su cuerpo con mis manos, lo ayudaba a masturbarse hasta que llegara al orgasmo. Muchas veces le hice sexo oral, y estaba bien; podría considerarse a eso sexo, al menos en nuestras condiciones.
Pero él no volvió a intentar meter su miembro dentro de mí y todo lo que hacíamos se sentía como un placer incompleto. Por supuesto, yo deseaba más de lo que podía darle; quería que mi cuerpo lo excitara, quería que, cuando lo recibiera dentro de mí, Gemini sintiera tanta calidez que no le diera ganas de apartarse nunca. Sin embargo, solo se había topado con una dura y fría pared.
Hasta que mi vida cambió, cuando papá me llevó a Estados Unidos para someterme a una operación, con los mejores médicos que aseguraban, en un setenta por ciento, que volvería a poner los pies en la tierra. Recuerdo que Gemini no asistió porque tenía demasiado trabajo en esos meses; las empresas estaban invirtiendo en otros negocios y adquiriendo nuevas sociedades, pero él dijo que me alcanzaría unos días después y yo estaba demasiado asustado de lo que pudiera pasar.
Aposté todo en la operación, así que si fallaba, sabía que mentalmente no podría aguantar otra, que mis esperanzas acabarían ahí y terminaría muriendo de tristeza.
Gemini no me alcanzó, no cumplió su promesa, ni con la operación ni con las rehabilitaciones; pero no me importó realmente, porque podía sentir, podía levantarme.
Regresé semanas más tarde, y lo hice con los pies sobre la tierra de nuevo. Era cansado y renqueaba mucho de la pierna derecha; el aire de los pulmones se me iba con cada paso porque era mucho esfuerzo para mi cuerpo, que no estaba acostumbrado a caminar y que había olvidado incluso cómo gatear, brincar o correr.
Sin embargo, cuando vi a Gemini del otro lado de la puerta del aeropuerto esperándome, avancé con rapidez. Quería estar con él lo más pronto posible y mostrarle mi mejoría, no como un esposo a otro, sino como un amigo que siempre se había apoyado.
Quería mostrarle mis nuevos pasos. No corrí mucho porque Gemini estuvo a mi lado rápidamente; corrió y me alzó en sus brazos dándome vueltas. No me lo esperaba.
—No puedo creerlo —dijo—, estás caminando.
—En realidad, ahora estoy en tus brazos —ambos sonreímos mirándonos el uno al otro—, pero sí, técnicamente ya puedo caminar. —Gemini me dejó de nuevo en el suelo con cuidado y apartó los mechones de cabello que se me pegaban a la cara—. No perfectamente, voy a cojear probablemente toda la vida, aunque eso es mejor que nada.
—Esto es increíble —me sonrió de forma sincera—. Ahora podremos caminar juntos de la mano y esas cosas cursis que hacen las parejas.
Asentí, tomé su brazo y lo enlacé con el mío. Ambos empezamos a avanzar juntos, paso a paso, uno al lado del otro; eso se sentía bien. Dimos varias vueltas por la ciudad, compramos algunos recuerdos y finalmente cenamos en el restaurante habitual donde solía venir con mis padres o los de Gemini. Todo era magnífico.
Y más entrada la noche, se puso mucho mejor, a pesar de que los doctores me dijeron que no había cobrado la sensibilidad por completo. Realmente lo poco que sentía era mucho para mí. Mi cuerpo se derretía de calor mientras podía ver el sudor que corría por la frente de Gemini y bajaba hasta su cuello, su rostro distorsionado en expresiones de placer. Mis condiciones no eran las mejores, pero poder sentirlo golpeando dentro de mí era la sensación más gratificante de la vida. Justo cuando pensé que no existiría nada mejor que poder poner los pies en la tierra sin caerme, descubrí la magia del sexo anal; no podía dejar de gemir su nombre, de lagrimear por el placer y pedir más. Sus brazos se aferraron a mis caderas mientras embestía una y otra vez, a la vez que decía: "me sientes, puedes sentirme de ti, follándote". Sus palabras eran más afirmaciones que preguntas.
Yo estaba gimiendo debajo de él, podía sentir cómo estaba succionando su pene y el sentimiento de ser llenado me hizo venirme; por primera vez experimenté lo que era un orgasmo. Pero Gemini todavía me embistió por unos momentos hasta que se corrió dentro.
—¿Te lastimé? —me preguntó aún sin salirse, su miembro se ponía flácido dentro de mí, y nuestra respiración seguía agitada. Él acomodaba mi cabello y dejaba pequeños besos en mi frente y mejillas.
—No, en realidad fue muy bueno —dije—. ¿Te gustó? —pregunté nervioso—. La primera vez dijiste que fue el peor sexo de tu vida.
—Y lo fue —dijo—. No intento culparte, pero realmente no hay nada peor que ver que tu amante no responde a tus caricias, que no siente placer por mí. Me hizo sentir como un inútil, incómodo e impotente. No es como que pudiera obligarte a sentirme y; olvídalo, Fot, eso ya no importa porque hoy —Gemini besó mi cuello—, estuviste delicioso.
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La chica la que amaste | Geminifourth
FanfictionElla, la mujer que mi esposo amaba, es muy bella y carismática, como una rosa roja en medio de simples margaritas; regreso a Bangkok desde su natal Canadá, justo cuando mi matrimonio no iba bien. Adaptación.Todo los creditos a la autora original...