El match perfecto
Capítulo 1
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Me despierto con la sensación de la lengua de Charlie rozando mi mejilla. No me gusta que me besen así a primera hora de la mañana. Principalmente, porque no me gustan las mañanas, y desearía que se le pasara por la cabeza que necesito cada minuto de sueño posible. Pero al igual que todas las mañanas, es persistente. Soy la Bella Durmiente y él es el príncipe. Aunque, estoy bastante segura de que el príncipe no le pasó la lengua por toda la cara a Bella Durmiente como lo está haciendo Charlie ahora. Qué película tan diferente habría resultado ser.
—¿Puedes darme cinco minutos más? —pregunto mientras meto mi cabeza debajo de la almohada en un intento de bloquear sus avances.
Pero no le gusta este juego. Nunca lo ha hecho. Le preocupa no poder verme la cara. Llevamos juntos tres años y se ha vuelto un poquito sobreprotector. Pero es el mejor acurrucador del mundo, así que permito su actitud ligeramente dominante.
Además, él realmente sabe lo que es mejor para mí. Ha mejorado mi vida en más formas de las que puedo documentar. Por eso lo adoro. Es por eso que dejó que me lama la cara a las 6:30 am. Es por eso que me siento en la cama, le doy la vuelta sobre su espalda y le froto la barriga hasta que le tiembla la pierna.
Oh, cierto. Charlie es mi perro. ¿Olvidé mencionar eso?
Más específicamente, es mi perro de asistencia para las convulsiones.
Me diagnosticaron epilepsia cuando tenía dieciséis años. Me robó la adolescencia. Me robó la tranquilidad. Y, lo que es más importante, me robó la licencia. Resulta que al Estado no le gusta demasiado si te desmayas y tienes convulsiones al azar. Créame, ellos, bajo ninguna circunstancia, te dejarán al volante de un vehículo una vez que se enteren de la palabra E1.
Nadie simpatiza más con la pobre chica de la canción de los Beach Boys sobre su papá llevándose su T-Bird que yo. Excepto que el mío era un Land Cruiser azul pizarra de 1980 con una capota de color crema. Mi padre me lo compró un mes antes de mi decimosexto cumpleaños. Ni siquiera una semana después de esos dulces dieciséis, tuve mi primera convulsión que cambió mi vida para siempre.
Los siguientes años fueron duros, por decir lo menos. Tenía miedo de ir a cualquier sitio o de hacer cualquier cosa. Un día era una adolescente, felizmente despreocupada por todo, excepto por la astilla en mi esmalte de uñas rosa brillante. Al día siguiente, era dolorosamente consciente de la poca importancia que tenía mi existencia en este mundo.
Charlie no llegó a mi vida hasta que cumplí los veintitrés años y todavía vivía con mi madre y mi padre porque tenía miedo de vivir sola. De hecho, pensaba que no podía vivir sola. Pero entonces conocí a una mujer en una cafetería que tenía un adorable labrador retriever blanco a su lado, con un chaleco azul brillante atado alrededor de su cuerpo con un parche cosido en el costado que decía Perro de Trabajo, No Acariciar.
Seré honesta, el primer pensamiento que pasó por la cabeza fue preguntarme si este perro podría pagar mis impuestos. Resulta que no hacen ese tipo de trabajo. La mujer fue lo suficientemente amable como para responder a todas mis estúpidas preguntas, porque en sus palabras exactas, "Ninguna pregunta es demasiado estúpida".
Pero pensé que, si me daba suficiente tiempo, podría conseguir que cambiara de opinión.
El resto fue historia. Joanna Halstead, la mujer de la cafetería, también conocida como mi hada madrina, se convirtió rápidamente en una de mis mejores amigas. Me enteré de que era dueña de una empresa de perros de servicio llamada Southern Service Paws, y que entrenaba y emparejaba perros con personas que padecían todo tipo de discapacidades. Discapacidades como la mía.