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Cita a ciegas


Capítulo 1

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Me detuve en medio del aula de infantil, viendo los números y letras de brillantes colores de la pared, las pequeñas mesas y sillas distribuidas en grupos alrededor de la clase, y el gran escritorio que había ante la pizarra.

—Esta es tu aula. Puedes cambiar lo que quieras. Pero recuerda, no tenemos fondos para eso, así que tendrás que usar lo que haya aquí o tu propio dinero.

Me volví hacia la señora Snyder, la directora de la Escuela Primaria Waller, y sonreí.

—Está bien así.

Estaba más que bien. Aquella sería mi primera clase propia. Los niños se habían ido ya a casa porque había comenzado su fin de semana, pero el olor de los materiales de arte y de zumo llenaban el aire. Mi clase. Estaba mareada con la idea.

Obtuve mi título en Educación hace un año, pero en mi ciudad natal, en Illinois, solo lograba trabajos como maestra sustituta. Hace dos semanas, dejé Illinois para venir a una Florida mucho más cálida gracias el estímulo de mi mejor amiga de la universidad, y ahora estoy a punto de empezar mi carrera como maestra titular.

Parece cosa del destino. Como estábamos en abril, esperaba encontrar algo temporal mientras buscaba algún puesto de maestra para otoño. Sin embargo, aquí estoy, en mi aula, para ocupar la plaza de una compañera que va a tener un hijo y que prefiere dedicarse a ejercer de ama de casa, por lo que no volverá al trabajo. Estoy tan contenta que tengo ganas de bailar de felicidad, pero me contengo. No quiero que la directora piense que soy un bicho raro.

—Asegúrate de revisar el manual de política y procedimiento del centro. En la escuela Waller nos tomamos las reglas muy en serio.

—Sí, lo leeré otra vez.

—Creo que te irá bien enseñando aquí, pero eres joven, y algunos padres pueden tener algunas preocupaciones al respecto.

—Entiendo. Haré todo lo posible para demostrarles que sé lo que hago.

La señora Snyder sonrió como si pensara que no sabía en qué me estaba metiendo.

—Además, tenemos una política estricta sobre las relaciones, más allá de la amistad, con otros empleados. Y no debe haber absolutamente ninguna relación con los padres.

Asentí con la cabeza, pero mi mente volvió a mi aula y me imaginé enseñando a mis alumnos. Después de todo, soy una profesional, y nunca cruzaría la línea con un padre o un compañero de clase.

—Como dije, eres joven y muy bonita, y algunos de nuestros profesores y padres solteros, o tal vez incluso algunos de los casados, podrían interesarse en ti.

—Eso no será problema. —Hice caso omiso a esa idea. No soy del tipo de chica a la que los hombres se le lanzan encima, como la señora Snyder parecía sugerir. No es que sea poco atractiva, porque creo que soy mona, pero me sobran unos kilos, y para algunos tíos, eso rompe todo el encanto. Me imagino que aquí, en Florida, será aún peor porque la mayoría de las mujeres que he visto son delgadas, están bronceadas y tienen el pelo aclarado por el sol. En cambio, yo soy justo lo contrario, pero en Illinois, en invierno, no me apetecía pasar mucho tiempo fuera de casa porque hacía un frío glacial, y mis kilos de más me mantenían más calentita, por lo que no me venían tan mal, ¿no?

—Entonces nos veremos el lunes, temprano. La señora Keener, la sustituta de esta semana, dejó el temario de lecciones en el escritorio por si quieres llevártelos a casa el fin de semana.

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