Sobre almas y jarrones

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Sobre almas y jarrones

Tienes el cuerpo cicatrizado,
y el alma hecha pedazos.
Sangras por heridas que ya sanaron,
rociando sangre en aquellos que no te han lastimado.
Tu interior, como cientos de cristales, perforan la carne.
No hay mucho que rescatar de alguien que está profundamente dañado,
-dicen-
de alguien cuya agonía va más allá de algo meramente corporal.
Eres un jarrón remendado, unido bruscamente por golpes martillados.
Una hermosa pieza de porcelana obligada a la belleza.
Condenada a no ser más que el jarrón reconstruido que todos admiran.
Al que le reconocen haberlo logrado,
haber vuelto a su gloria de antaño.
Pero, ¿Qué hay del interior? Tal vez el fuego hizo su trabajo,
logrado recomponer las heridas del pasado,
quemado hasta el último pedazo,
de un yo olvidado.
Pero el alma no se recompone fácilmente. Hace falta más que recolectar pedazos.
Un alma fragmentada, no deja sus partes arrancadas en ningún lado.
Desaparecen, como brisa de primavera,
cómo olas en mar abierto, como rosas en el invierno.
No es un jarrón. No puedes confeccionar nuevas piezas de reemplazo.

El alma es la parte más cansada del jarrón,
poseedora de un agravio superior... por el duelo constante con el mundo exterior,
sangrante e incapaz de cicatrizarse.
Y aún así, un alma fragmentada, incompleta y despedazada, es capaz de aguardar en el interior de cualquier jarrón.
Sin importar que,
sea bello o feo,
decoroso o poco valioso,
meritorio o indigno,
fuese de porcelana o barro,
alto o bajo,
completo o...
destruido.

Pero para que un alma tenga valor,
para que logre inclusive andar en cualquier tipo de jarrón,
debe, por sobre todas las cosas,
reconocer su propio valor.

V de amor de VidaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora