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Jueves, 16 de junio de 2016 - 13:41 PM

La luz del sol, refractando sobre el envoltorio de la medicina que te dio Shoko, chocaba directamente en tus ojos, indicando que por fin había dejado de llover en Tokio. Aunque la humedad ya estaba haciendo de las suyas con tu cabello y eso te ponía de muy mal humor, para variar.

Aquel había sido un día agitado. Una misión por la mañana temprano junto a Minato en las afueras de la ciudad; luego ir a recoger al nuevo alumno que apareció de improvisto, y era necesario introducirlo de inmediato en el mundo del jujutsu, puesto que la producción de energía maldita de aquel muchacho era inconmensurable, y nadie mejor que tu para enseñarle a enfocar y canalizar adecuadamente su energía; por lo que recién habías podido visitar a la castaña en busca de su técnica inversa.

La maldición que habían exorcizado les había dado un buen baile. Tu terminaste un poco herida, por alguna razón todos (incluido maldiciones) se las ingeniaban para herirte en la zona de las costillas.

Luego del toque mágico de Shoko, preparaste café (porque café con calor y café con frio) y te encaminaste a la biblioteca a revisar los manuscritos de todos tus ancestros hechiceros. Aquella información te ayudaría a manejar aún mejor tu técnica y también contribuiría en tus no muy lejanas clases como Sensei, puesto que Yaga te había asignado exclusivamente a ti todas las clases en donde se tratara el tema de la energía maldita. Esos manuscritos eran cortesía de la abuela y a buena hora habían llegado a tus manos.

Para entonces eran alrededor de las 14:45HS, llevabas un par de horas analizando minuciosamente aquellos papeles antiguos, con escritos que iban desde la era Heian en adelante. Te parecía asombroso como se entremezclaban los diferentes tipos de letras, en dos idiomas diferentes y como cada hechicero había modificado o agregado algo nuevo al itinerario del Ritual de neutralización. Y leyendo aquello, sentiste una fuerte conexión al percatarte del nombre de la segunda hechicera en escribir en dichas hojas. Con una letra elegante y del tamaño justo, la 4ta hoja llevaba el nombre "Koemi". Rozaste su nombre con la yema del dedo índice, sonriendo de lado, con la mirada perdida y nostálgica, pensando en lo poco que sabías de ella y a su vez, sintiéndola tan cercana a ti, pese a los siglos, pese a las épocas.

Pronto, el ruido de la bisagra de la puerta indicaba la presencia de alguien más en aquella habitación enorme y antigua del colegio.

— Hirawa-chan ¿Estás ocupada? — Preguntó Yaga apareciendo por un costado de la mesa.

— No, para nada. Solo estaba echándole un ojo a estos manuscritos que me facilitó mi abuela — Dijiste acercándole uno de esos viejos papiros al director.

— Ya veo. Esta información es Oro, Hirawa, espero que te sirvan para tus clases — Exclamó mientras limpiaba sus lentes con facilidad. — El motivo por el que vine a verte es porque quiero saber cómo estas.

— Estoy bien — Dijiste guardando los papeles. Tu voz sonaba algo cansada y las ojeras bajo tus parpados inferiores delataban la falta de sueño.

— Me refiero a, como te estas sintiendo con todo lo nuevo que sucede ahora mismo en tu vida — Yaga sensei tomó asiento junto a ti. Su mirada era reflexiva, te observaba con un deje de tristeza. — Sé que no estas muy a gusto con una boda repentina.

Detuviste tus movimientos lentamente y miraste al director, sorprendida. Al parecer, él te podía leer como a un libro abierto y eso te aterraba, pero en el fondo agradecías su preocupación.

— Bueno...— Hiciste una pausa corta, mirando dudosa a Yaga — ¿Puedo ser sincera con usted?

— Adelante, Hirawa.

Detras de tí  | Gojo Satoru x LectoraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora