8. En la mañana

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Abro mis ojos y los arrugo al instante, las cortinas están descorridas y la habitación está inundada de luz revelando lo grande que es. Mis ojos se resienten por tanta claridad. Me recuerdo que me quedé con las lentillas puestas, y es algo que no se debería de hacer para evitar molestias o riesgos de infección. Mi cuerpo parece haber sido demolido prácticamente por la falta de actividad, pero en medio de todo se siente un ambiente cálido e increíble, y más increíble aún, haberme levantado en la cama de un hombre con el que simplemente había soñado alguna vez. Miro a mi alrededor y no hay nadie. Eliot no está por ningún lado. Me siento y me arropo con la sabana, aspiro su olor y huele a hombre, a sexo, a él. Me sacudo, ¿desde cuando empecé a pensar de esa manera tan cero yo?

«Desde que te revolcaste con el hombre de tus sueños imposibles».

¡Diantres!

Puede ser, pienso incapaz de deducir lo contrario, y no creo estar equivocada. Advierto que mis ojos siguen molestándome, y me recuerdo que dejé mis lentes de montura en mi bolso. Necesito quitarme las lentillas, pero mi bolso que no está al alcance de mi mano. Mejor me dejo de tanta pereza, y salgo de la cama envuelta en la sabana directo al baño. Lo primero que hago es mirarme al enorme espejo del tocador, y me sorprendo con lo que veo. Una mujer satisfecha, con el rostro sonrosado, rebosante y que ha pasado la mejor noche de su vida... con un hombre de ensueño. Eso afirmo literalmente, y las imágenes de Eliot sobre mí poseyéndome como un animal invaden mi mente acelerándome el corazón en el pecho. Me llevo la mano a este, tengo que pellizcarme. Es hora de despertar. Me desconozco totalmente, y lejos de enojarme, sonrío. Mi pelo castaño claro y un poco opaco; luce lindo y muy desordenado, tanto que no me quejo de mis ojeras alrededor de mis ojos verdes, y un poco rojos por la molestia.

Me deshago de los lentes de contacto y a falta de mi estuche para guardarlos los pongo en el borde del lavamanos, me descuido y saz, se me van por el desagüe. Ahora voy a necesitar mis lentes con urgencia, aunque pensándolo bien, no creo que pudiera volver a utilizarlos, el oftalmólogo me regañaría. Hago pipí, me lavo los dientes con un cepillo que encuentro dispuesto para mí, aún está en su estuche. Es nuevo, y que buen detalle de su parte. Me recojo el pelo en un moño alto, y tomo un corto baño para refrescarme y limpiar mi piel pegajosa. Salgo envuelta en una toalla, y aun no veo signos de Eliot por ningún lado. Me pongo la camisa que él tenía puesta anoche. Seguro la ha dejado colgada y a mi vista; que astuto, y muy seguramente la intención de que me pusiera su ropa. Husmeo en su closet y saco unos bóxeres azules y me los pongo, aunque me queden grandes.

Entrecierro los ojos, me siguen molestando mientras me adapto a la falta de lentes. Salgo de la habitación, y bajo con cuidado las escaleras agarrándome de la baranda. Tropiezo sin querer por andar mirando a todos lados y es allí cuando lo veo. Corre hacia mí y me toma por los brazos. Lleva puesto una camiseta negra con pantalón de pijama a cuadros tinto y negro, y descalzo; que mal hábito tan sexy. Su cabello rebelde y sus ojos avellana, tan claros como la linda mañana que hace hoy. Estoy flipando.

―Ten cuidado.

―No es nada, solo... tropecé.

―¿Te duele algo?

Es el colmo que pregunte eso, cuando me ha pasado de todo con él. Él ha pasado sobre mí como una sensual máquina demoledora. Obvio me duele todo.

―No. ―Me refreno de admitirlo, tampoco quiero que piense que soy una debilucha―, solo necesito mi bolso. Ahí tengo mis lentes.

No es mentira; pero lo que necesito es revisar mi teléfono. Quizás Marcia me ha llamado, y yo por andar en los brazos de un amante de infarto, y sumergida en el pecado y la lujuria no he tenido tiempo de comunicarme con ella.

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