la noche abierta

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Poesía es el acto de quejarse
de guardar el cuerpo en el fondo del susurro,
es dejarse caer en una noche profunda,
en la palabra eterna
en medio de una ciudad silenciosa
en medio de oídos que sangran por el propio acto de oír.

Es ser,
entre voces que desprenden el cuerpo acústico, lánguido,
de los labios que las vieron nacer
y ahora ya no saben de dónde son, ni que son.
Es respirar entre un mundo dormido
con el cuerpo transparente que habita
el hechizo seco e inclemente de la carne.
Es encarnar el funesto baile eterno de los días,
el silencio como pacto exacto entre la claridad del día
y la penumbra ceremonial de una noche abierta.

Escribir es quejarse bellamente, en silencio,
de espaldas al sol, a los ojos, a los oídos orgullosos,
es convertir el grito áspero y desgarrador
en un cántico sagrado.

Y se devienen, entonces,
las creaciones de aquello que viaja en la sombra:
el barco a la deriva en la niebla,
los hijos de la noche que respiran en cada verso
y los fantasmas que habitan las horas tendidas en las paredes.

Las poblaciones malditas con sus idiomas propios,
las letras inútiles hermosamente inscriptas
en el aire y el vértigo.

Y así los oídos ya no sangran,
las sonrisas se parten para entrever el prado inhabitable,
la grieta entre los mundos es un puente donde desfila
el soñador y su silueta que lleva el difuso eco nocturno.

Y las voces perpetúan las palabras
nacidas de un nombre exacto.

Los fantasmas que habitan las horasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora