𝘾𝘼𝙋𝙄𝙏𝙐𝙇𝙊 4

122 16 30
                                    

Querido Cupido

"Sanando un corazón afligido"


[...]



Límites II

Últimamente, mis días comienzan de una forma que nunca hubiera imaginado, y no me refiero a esas mañanas en las que todo sale bien. Ese zorro, ahí estaba otra vez, con su sonrisa de oreja a oreja, que parecía burlarse de mí, no pude soportarlo más.

¿Ni siquiera podía despertar en paz?


Sentí cómo la ira se acumulaba en mi pecho y, sin pensarlo dos veces, descargué mi furia con un golpe en su frente. Ni siquiera tuve tiempo de medir mi fuerza; solo quería que esa sonrisa desapareciera. "¡Ay!", se quejó mientras se masajeaba la frente. Me miró con enojo y exclamó: "¡Oye! Me vas a dejar sin cabeza". 

Por la forma en que se estremeció, deduzco que le pegué con más fuerza de la que debí haberle pegado. 

Suspiré enojada y dejé salir todo mis pensamientos: "¿¡No ves que soy una dama!?, ¡necesito privacidad!", exclamé avergonzada por mi vestimenta holgada, porque debajo de ella, no me gustaba usar otra cosa. 

El zorro se sobó el chichón de la frente. Me observó aún recién levantada con detenimiento y decidió hablar: "Pero si yo te veo igual", mencionó con un descaro inigualable. Eso fue suficiente para sacarme de quicio.

"¡¡Estoy en pijama!! ¡No me mires!", exclamé mientras le lanzaba la almohada con fuerza, haciéndolo caer de la cama en un estruendo. Le arrojé un par de calcetines para que se cubriera los ojos, "Ni se te ocurra ver o eres Cupido muerto", le amenacé. Ese zorro lo entendió a la perfección, porque no tardó en taparse los ojos. 

Me dispuse a buscar una ropa más decente, quejándome sobre su descaro por lo bajo. El zorro solo procedió a taparse los ojos con los calcetines, "¡O-oye, pero cómo iba a saber que era tu pijama, ni siquiera tiene dibujitos!", dijo con un tono de disculpa en su voz.

"¿Y a ti qué te importa?", le grité enojada y él se tensó. "No es caballeroso entrar a la habitación de una dama mientras duerme; es cuestionable", le reprendí con un tono de voz que reflejaba mi irritación.

Me cambié rápidamente, tratando de no hacer ruido, y suspiré profundamente para disipar mi malhumor causado por mi fastidioso visitante. Él obedeció sin rechistar y en ningún momento se quitó los calcetines; de hecho, permaneció arrodillado sin hacer ningún ruido, como si fuera una estatua

La tensión en el aire era evidente, y cada segundo que pasaba parecía interminable. Le quité el calcetín y nuestras miradas se encontraron. Él observó con detenimiento mi nueva ropa. "¿Porqué te gusta asustarme desde la mañana? ¡Esto no puedo permitirlo!", exclamé con la intención de regañarlo.

Él se encogió de hombros y respondió: "Pero estaba esperando afuera y no despertabas. Solo sonaba tu alarma... quería asegurarme de que no te hubieras desmayado", dijo con sarcasmo, y a la vez, tratando de justificarse.

"No, no puedes entrar sin permiso", mencioné con la intención de dejarlo en claro. Me crucé de brazos y continué: "¿qué te pasa? Mi habitación no es tu casa", cuestioné sarcástica, mientras levantaba una ceja.

"Pero si mi alojamiento", respondió él, con toda la intención de recordarme el contrato. Suspiré, rodando los ojos y mencioné: "Dios, eso no quita que necesite espacio", tenía un tono cansado en mi voz. "Hay límites, zorro tonto".

𝙌𝙪𝙚𝙧𝙞𝙙𝙤 𝘾𝙪𝙥𝙞𝙙𝙤 - Soshiro Hoshina [En Edición]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora