6| La maldición de una diosa

113 20 5
                                    

La mañana siguiente Annabeth se despertó temprano, al abrir los ojos se encontró con su novio desnudo junto a ella, sin despertarlo tomó su ropa, dejó un beso en su frente y le escribió una pequeña nota para no preocuparlo por no encontrarla cuando se despertara. Él semidiós por otro lado se despertó una hora más tarde, se sentía algo confundido al ver que solo  estaba cubierto por las sábanas y no había rastro de Annabeth de ningún lugar, eran pocas las veces en las que había despertado solo desde la guerra de Gea, y siendo honesto desde la primera vez que durmió con su novia no había querido despertar solo nuevamente.

A pesar de que en los últimos días todo parecía estar en calma una sensación de inquietud se instaló en su pecho,  existía la posibilidad de que Hera le hiciera lo mismo a Annabeth que a él,  decidió levantarse tan rápido que sintió un poco de dolor de cabeza,  sin embargo todas sus dudas y preocupaciones se fueron al caño cuando vio una nota escrita del Puño y letra de su novia en su mesita de noche, La cual decía:

Soy muy afortunada de tenerte en mi vida,  gracias por todo,  te veré más tarde. 

Con amor Annabeth.

Una sonrisa de idiota enamorado apareció en su rostro y se olvidó de la sensación de confusión o de pánico, decidió que lo mejor era tomar una ducha y luego ir a buscar a su novia debía decirle que él era el afortunado de estar con ella. Sin embargo solo al poner un pie fuera de su cabaña se topó con miradas que no supo descifrar, era como si todos supieran un secreto menos él,  estaba acostumbrado a qué lo miraran cuando hacia ejercicio o cuando estaban entrenando con espadas, pero esta vez solo estaba caminando y aún así todas las miradas se dirigían a él.

—¿Qué le sucede a todo el mundo? —se preguntó pues no recordaba haber hecho algo lo suficientemente estupido como para que todos lo miraran así. El semidios siguió caminando hasta el comedor,  su estómago empezaba a gruñir de hambre.

—Hola chicos—dijo a sus amigos cuando los vio sentados en sus respectivas mesas,  sin embargo aunque le devolvieron el saludo, Frank  enterró la cabeza en su desayuno como si quisiera evitar verlo,  y Nico sonrojo un poco. La única persona que lo saludó más o menos normal fue Piper.

Él azabache se sentó en su mesa, su amigo Grover parecía querer decirle algo en cuanto lo vio, pero no se atrevió,  Percy sentía que todo el mundo se estaba comportando extraño por alguna razón,  y en definitiva iba a descubrirlo.

—Hijo de Poseidón —comentó uno de los gemelos Stoll mientras se acercaban a él, ambos tenían una sonrisa  traviesa,  ellos eran expertos en hacer bromas y seguramente le daría una pista de lo que sea que estuviera sucediendo—. Sabes Jackson ahora sí creemos que tienes todos los dotes de tu padre,  no es como que antes dudaramos  de que fueras su hijo, sin embargo, había unas cosas que nos provocaban cierta curiosidad respecto a tu personalidad, pero ahora todo está claro.

—¿De qué están hablando? —preguntó él dejando su desayuno a un lado muy confundido.

—Claro, claro, finge demencia —dijo Connor.

—Connor, recuerda que los caballeros no tenían memoria cuando se trata de las cosas que hacen con sus chicas —respondió Travis—, sin embargo ya todo el campamento está enterado, así que no veo porque debas guardarte eso solo para ti,  pero podemos prometer que nadie sabrá nada de lo que nos digas, así que por favor cuéntanos qué tal estuvo.

—¿De qué rayos hablan? —Percy preguntó empezando a enojarse, pues sabía que lo que estuvieran comentando en el campamento se trataba sobre Annabeth también y eso era algo que él no iba a permitir.

—Vamos Jackson no seas así,  solo tenemos curiosidad,  ya todo el mundo sabe lo que tú y Annabeth estaban haciendo en los establos ayer,  o no me digas que fue tan malo que preferiste  borrarlo de tu memoria —comentó Travis.

La venganza de HédoneDonde viven las historias. Descúbrelo ahora