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Los sentimientos son inocentes como las armas blancas.

Mario Benedetti



La muerte no es el final de la historia. Ni siquiera de la nuestra. Mis manos están manchadas de rojo. Calientes. El olor a metal entra por mi nariz; exhalo dolor. Mi mandíbula hace fuerza y mis dientes crujen al chocar entre sí. Atravesé la locura; corté la piel y quise borrar la tinta. Aquel tatuaje que prometía eternidad dejará de existir. La sangre fluye, temí haber cortado una vena importante, pero no fue problema. Desprendo el trazo por completo, una obra de arte a mis ojos. Las gotas de color carmesí caen hasta que el papel las absorbe. Sangro a borbotones; siento una opresión en el pecho que me impide respirar con normalidad. Cuento en mi mente hasta diez y lleno mis pulmones con aire. Quema. Tomo asiento en el banco hasta que los latidos del corazón regresan a la normalidad. Miro el cuerpo inerte mientras el charco de sangre se expande más y más.

Mi mente está en blanco. Era un trance diferente, una ensoñación. Era el paso al frenesí con el que podía empezar a vivir. Logro salir de ese sitio iluminado y soy más consciente del momento. Voy al baño para lavarme; el agua también se tiñe de rojo, primero oscuro y luego claro. Después transparente. Echo jabón en la herida, luego antiséptico; me arde, pero siento alivio cuando pongo una gasa con un vendaje. Me miro en el espejo; mi reflejo me regresa la mirada, es más esperanzadora de la que recuerdo. Tengo sangre en la cara y el cabello está pegajoso. Me lavo y luego me cambio la ropa. Limpio la navaja y la pluma fuente para ponerlas de nuevo en su sitio. Vuelvo a la sala. Pierdo unos instantes en el portarretratos con la foto de Avril. La observo con atención. Sus ojos, su sonrisa, sus mejillas sonrojadas. La amo, pero no es parte de aquella libertad que tanto anhelé. En mi mente resuenan todas esas palabras de cariño y, cada caricia de sus delicados dedos. No puedo permitirme seguir pensando en ella. No. Me siento en el banco otra vez. Busco en el celular el contacto de Mariana y marco. —Soy libre. —Fue lo único que digo y cuelgo sin esperar una respuesta de ella. Marco otro número diferente—. Maté a mi mejor amiga. Deben venir. Doctor Olvera, número 27. —Cuelgo. Es momento de esperar. Ellos llegarán pronto. Todo terminó.

Tinta de sangreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora