Capítulo 1

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— ¡Tienes que hacerlo, ya descubriste todo! —le soltó una fuerte cachetada.

Aquella joven, de cabellos oscuros, tocó su mejilla, sintiendo el ardor del golpe. No podía creer que la madre de su prometido, una mujer a la que había respetado y admirado, la golpeara de esa manera.

— ¡NO QUIERO HACERLO! Es mi familia... —Su voz se comenzó a cortar—. ¿NO VE LO MALO EN ESO?—gritó la joven, sus lágrimas corriendo por sus mejillas—. Nuestra familia quedará maldita, y todos en el reino nos juzgarán.

La mujer mayor, con una mirada fría y calculadora, se inclinó hacia ella.

—Esas solamente son mentiras. Si tú no dices nada, no habrá problemas —pasó su mano por el cabello sedoso de la joven, en un gesto que pretendía ser reconfortante, pero resultaba más intimidante—. Tu madre provocó todo esto... Te vas a casar o tendremos que matarla —dijo mientras sacaba un cuchillo de su cintura y lo enterraba ligeramente en el brazo de la chica. La joven soltó un grito desgarrador de dolor.

— ¡ESTÁ BIEN, LO HARÉ, BASTA! —soltó, cediendo ante el dolor punzante que sentía.

—Excelente. Guárdate este secreto hasta la tumba. Recuerda, aquí no pasó nada— soltó bruscamente el brazo de la joven, dejándola desconcertada.

La joven se quedó sentada en el piso mientras sentía cómo las gotas de sangre caían al piso. Su mente daba muchas vueltas, pero al ver el retrato de su prometido, supo que ya no tenía salida, tenía que casarse.

Volverse una Gastrell...

...

—Señor Harry —uno de los mayordomos entró a toda prisa, con su rostro marcado por la urgencia. Comenzó a abrir las cortinas, dejando entrar la luz a la habitación—, está retrasado dos minutos. Por favor, es hora de levantarse. Sus abuelos lo están esperando abajo.

Harry abrió los ojos con esfuerzo, parpadeando para despertar.

—Lo lamento, enseguida bajo —dijo mientras se levantaba.

Harry Gastrell, un muchacho de 15 años, era el próximo heredero a la corona de los Gastrell. Sus ojos, de un azul oscuro que parecían zafiros líquidos, lo destacaban frente a todos. Cada vez que caminaba por las calles, la gente no podía evitar mirarlo. Sus ojos eran únicos en el pueblo, un signo inconfundible.

—Su ropa está en el baño lista. Por favor, no tarde —dijo el mayordomo, saliendo sin decir más.

Con algo de sueño, Harry caminó hasta el baño. Efectivamente, como le habían dicho, la ropa estaba lista, limpia y perfectamente doblada. Se bañó lo más rápido que pudo y se cambió, sintiendo la tela sobre su piel.

Al bajar, ya peinado y arreglado, encontró a sus abuelos en el comedor. La mesa estaba cubierta con una variedad de platos, desde frutas frescas hasta panecillos recién horneados.

—Buenos días —dijo, haciendo una reverencia antes de sentarse—. ¿Dónde está mi madre? —preguntó, tomando un sorbo de su batido.

Max, el abuelo de Harry, tenía los ojos fijos en el periódico. Sin apartar la vista, señaló una radio. Harry aguzó el oído y distinguió la voz de su madre, dando un aviso matutino a su reino.

—Siempre tiene que ser tan informal —resopló Isabel, la abuela de Harry, con un tono de desaprobación—. Hablarles como si fueran amigos de toda la vida —dio un sorbo a su café—. Más vale que tú no seas así, ¿eh, Harry?

—Está bien abuela —respondió Harry, decidido a hacer que su abuela se sintiera orgullosa al menos una vez en su vida.

—Déjalo Isabel, es solo un niño. Ya habrá tiempo para ver las leyes del gobierno. El día que seas rey te estaremos viendo desde el público y ese día nos tocara inclinarnos ante ti —dijo su abuelo, golpeando ligeramente el hombro del muchacho.

LA CORONA DE LA LIBERTADDonde viven las historias. Descúbrelo ahora