Capítulo 7

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El día amaneció nublado, con un cielo gris y apagado que presagiaba una tormenta inminente. El joven príncipe descendió al comedor con una sonrisa en el rostro, emocionado por pasar otro día en la academia con sus dos mejores amigos. Pero al llegar, sólo encontró a Max sentado en la mesa.

—Abuelo —Harry hizo una reverencia respetuosa—. ¿Ya se siente mejor?

—Querido, los doctores dicen que algo me cayó mal en la cena. Tu abuela me preparó un té muy rico anoche, pero ya le dije que no volvamos a ir ahí —rio por lo bajo, aunque con dificultad.

— ¿Dónde están mi madre y la abuela? —preguntó Harry, notando nuevamente la ausencia de ambas en la mesa.

—Oh, la verdad, no sé. Desperté muy mareado —Max se llevó una mano a la cabeza, como si le doliera—. Tus amigos parecían buena gente, en especial ese Ihan. Lástima que no me despedí como se debe.

—No se preocupe, al fin y...

Max lo interrumpió con una tos violenta, que pareció arrancarle el aliento. Harry se acercó, preocupado.

—Abuelo, ¿seguro que está bien? —preguntó, su voz llena de inquietud.

—Sí, hijo, estoy bien —respondió Max, aunque su tos se intensificaba.

El malestar en el pecho de Max se volvió insoportable, como si una opresión invisible le comprimiera el corazón. Respiraba con dificultad, y su rostro se contorsionaba de dolor mientras sus manos temblaban. Harry, alarmado, observó cómo su abuelo se retorcía.

— ¿Abuelo? —dijo Harry, su voz cargada de miedo y desesperación.

Max intentó levantarse, tambaleándose hacia la cocina en busca de agua o ayuda, pero apenas dio unos pasos antes de desplomarse al suelo. Su cuerpo comenzó a convulsionar violentamente, y una sustancia negra y viscosa emergió de su boca, formando un charco oscuro en el suelo. Harry corrió hacia él, su corazón latiendo con desesperación.

— ¡ABUELO! —gritó, su voz quebrándose por la desesperación. Se arrodilló a su lado, sacudiéndolo suavemente en un intento desesperado de obtener una respuesta, pero Max seguía convulsionando, sus ojos puestos en blanco y sus temblores cada vez más intensos.

— ¡SIR. STEVEN! —gritó con todas sus fuerzas—. ¡MADAME SILVIA! —volvió a llamar—. ¡AYUDA, RÁPIDO! ¡QUIÉN SEA! —El miedo de estar solo en casa lo invadió.

Sir Steven entró al comedor acompañado de Madame Silvia, ambos con expresiones de horror en sus rostros.

— ¡Santo Dios! —Madame Silvia se tapó la boca con las manos.

— ¡Enciende el auto, YA! —ordenó Sir Steven mientras se arrodillaba junto a Max.

.

Ya en el hospital, Harry caminaba de un lado a otro en la sala de espera, incapaz de mantenerse quieto por los nervios. Madame Silvia y Sir Steven estaban a su lado, esperando ansiosamente noticias del médico. Harry deseaba desesperadamente que su madre y abuela llegaran pronto.

—Siéntate, querido. Hay que ser pacientes —dijo Madame Silvia, haciéndole un espacio en el banco.

—No puedo, necesito saber cómo está para estar tranquilo —respondió Harry, al borde de las lágrimas.

El pasillo estaba vacío, ya que esa planta del hospital era exclusiva para los Gastrell. Aunque en otras circunstancias le habría parecido injusto, en ese momento agradecía la privacidad que les brindaba. Ana e Isabel llegaron apresuradamente, con el rostro lleno de preocupación.

—Ya nos enteramos de lo que pasó. Venimos tan rápido como pudimos —comentó Isabel.

—Explíquenos, ¿qué ocurrió? Harry, ¿tú estabas allí, no? ¿Qué pasó antes de que tu abuelo comenzara a convulsionar? —preguntó Ana, visiblemente asustada.

LA CORONA DE LA LIBERTADDonde viven las historias. Descúbrelo ahora