Capítulo 8

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Hoy, Inglaterra se encuentra de luto, ya que uno de los líderes más importantes del país ha fallecido. Max Gastrell murió a la edad de 55 años en el hospital más importante del país, donde previamente han fallecido familiares de la sangre azul. Su muerte ha generado sospechas de que alguien envenenó el plato que el rey comía la noche anterior al lado de su amada en un restaurante. La investigación ya está en marcha; hasta ahora, ninguno de los familiares ha querido dar una declaración, pero se estima que el funeral será esta tarde de septiembre, unos días antes del cumpleaños número 16 del joven príncipe Harry. Es una pérdida muy grande para el país; esperemos...

Apago la radio que estaba en el gran salón del castillo. La casa ya no era la misma; su madre pasaba gran parte del tiempo fuera preparando el funeral. Isabel, por otro lado, mostraba su frustración hacia Harry cuando podía, como una forma de defenderse para evitar llorar.

Su madre llegó con varios papeles en mano. No lo saludó, no lo miró; solo subió sin decir más, y parecía que no había dormido por las grandes ojeras en su rostro. Mientras Harry seguía a su madre con la mirada, escuchó una voz detrás de él.

—Arréglate para el funeral, no quiero que lleguemos tarde —dijo Isabel, pasando a su lado.

Mientras trataba de ponerse el reloj, pensó en los tantos recuerdos felices de su abuelo, que convertían ese enorme castillo en risas y felicidad. Su cuerpo no pudo más; cayó de rodillas llorando. El reloj se resbaló por su muñeca hasta caer al suelo, rompiéndose.

Harry anhelaba despertar de esa pesadilla. La muerte de su abuelo era más dolorosa que cualquier golpe imaginable. Sentía como si cien cuchillos hubieran atravesado su corazón.

Sintió cómo alguien le tocaba el hombro.

—Mi niño, tus amigos están aquí —anunció Madame Silvia.

— ¿Qué? —dijo sorprendido, se levantó—. Gracias, ya bajo —declaró, limpiando su nariz.

Bajó por las grandes escaleras, donde antes se escuchaba la ruidosa risa de su abuelo. Ahora no se oía más que silencio total. Se acercó a la gran puerta negra y vio a sus dos mejores amigos sonriéndole dulcemente.

Caty tenía un saco negro acompañado de unos guantes del mismo color.

—Harry —lo abrazó con gran fuerza—. Lamentamos mucho el fallecimiento de tu abuelo. No imaginamos el dolor por el que estás pasando.

—Sí, no lo conocí mucho, pero aun así me sorprendió la noticia —dijo Ihan, llevando un saco largo negro—. La reina nos invitó, venimos a apoyarte —explicó, dándole un gran abrazo.

Les dio una media sonrisa en señal de agradecimiento. Los dejó pasar y subieron a la habitación del príncipe.

—Lo siento... Se me cayó —explicó cuando sus amigos vieron el reloj roto en el suelo.

Sin pensarlo, lo ayudaron a recoger las partes rotas.

—Majestad, ¿ya está listo? —tocó Sir Steven—. Es hora de partir.

Una corona negra estaba posada en una pequeña mesa. Harry no quería usar más esa corona; quería dejar todo, irse lejos en medio del bosque y ser llamado con otro nombre, olvidándose por completo de la realeza. Mientras se colocaba los guantes, el sentimiento de tristeza lo comenzó a invadir más.

—No quiero ir... —habló con un nudo en la garganta. Su respiración se volvió cada vez más agitada al imaginar a todos los periodistas con sus cámaras apuntando directamente a su cara, y eso lo hizo enloquecer. No podía respirar—. ¡NO QUIERO IR! —comenzó a quitarse los guantes y a soltarse la corbata. Desesperado por no lograr quitársela, dio un tirón, apretándola aún más.

LA CORONA DE LA LIBERTADDonde viven las historias. Descúbrelo ahora