El amplio valle se extendía a lo largo del camino como un vasto mar de praderas y sus colinas ondulantes cubiertas de vegetación espesa, se movían al compás del viento fresco. A lo lejos, las montañas se erguían imponentes, con sus picos apenas visibles entre las nubes bajas y el cielo, antes de un azul claro y matutino, ahora ya comenzaba a teñirse de tonos rosas y naranjas tenues, anunciando la llegada del atardecer.
Y Amelia, quien avanzaba a lo largo del sendero cubierto de hierba y rocas ásperas, era consciente de que sus pasos eran vacilantes y sin rumbo alguno, idénticos a todos los que había dado a lo largo de su vida, todos carentes de alguna motivación o necesidad propia, todos siempre manipulados por algo o alguien más.
Cuando se percató de cambio de colores en el cielo, suspiró, recargando su mano en el tronco de un sauce llorón. ¿En qué momento habían pasado tantas horas? ¿Cuánto tiempo llevaba caminando? Ni siquiera recordaba si se había detenido para descansar, tampoco tenía hambre, lo único que sabía era que deseaba seguir y seguir hasta alejarse de todo y de todos.
En ese momento le resultaba imposible pensar en otra cosa que no fuera el hecho de que su vida siempre había sido controlada por alguna situación o alguien ajeno a ella y con cada nueva zancada que daba hacia adelante en el camino, la idea de no poderse librar jamás de las ataduras que le habían impuesto le parecía inquietantemente dolorosa.
Y más aun porque en ese momento, no tenía idea de hacia dónde ir ni qué hacer pero sabía que no podía quedarse quieta, sabía que tenía que alejarse, tenía que huir.
Varios pensamientos angustiantes se repetían una y otra vez en su mente, causando que estuviera cada vez más y más agobiada: ¿Cómo es posible que siempre termine en situaciones así? Amelia miraba el paisaje el mismo tiempo que avanzaba, perdida, completamente absorta en ella misma. Siempre soy la pieza que los demás mueven a su maldito antojo, igual a un peón en un tablero en el que no tengo ningún control... ¿Será que de verdad estoy destinada a vivir así, siempre a merced de otros y sin poder confiar en nadie?
Una sensación de desolación la envolvió, como si estuviera caminando a través de un desierto interminable en esos ligeros pasos que daba, donde cada sombra que encontraba no era más que una trampa, una ilusión que la hacía perderse más y sin embargo, por un momento, el recuerdo de los tres días que estuvo en esa cabaña que estaba intentando dejar atrás llegó a su mente y con él, la imagen de Oscar.
No quería pensar en el porqué, sobre todo después de lo que había pasado pero sentía una atracción demandante hacia ese lugar, hacia él... Casi como si representarán algo más que el refugio donde Oscar la había tenido, como si ese hombre fuera más que la cruel persona que la había tenido cautiva.
-No... No puedo volver -se dijo a sí misma, intentando convencerse-. No después de lo que sucedió pero... ¿por qué no puedo sacarlo de mi mente?
Cuando volvió a levantar la vista, el sol ya estaba bajo en el horizonte y muy pronto, todo comenzaría a oscurecerse rápidamente; algunas estrellas ya estaban comenzando a aparecer y aunque la situación estaba a solo momentos de volverse crítica, Amelia se detuvo unos segundos, alzando su ya maltrecho, terriblemente sucio y roto vestido para poder girar un par de veces mientras contemplaba esos resplandecientes luceros que brillaban ardientemente, como jamás los había visto antes, maravillándose con la vista tan libre que estaba comenzando a ofrecerle su entorno, una vista que definitivamente en la cuidad, nunca había tenido oportunidad de ver.
Amelia sintió que las estrellas, al estar brillando tanto, estaban intentando decirle algo, un detalle que estaba pasando por alto pero, aunque de verdad lo estaba intentando, no lograda descifrar el mensaje. Definitivamente ese brillo intenso no era normal. ¿Era posible que estuviera a punto de vivir una epifanía? Pero, aunque quería quedarse más tiempo así, ya que ver el firmamento le estaba ayudando a calmar la tormenta que era su mente y su corazón, no tuvo más tiempo para profundizar en ese sentimiento, ya que una ráfaga de viento que venía del norte, sintiéndose un poco más frío, le recordó la situación que enfrentaba.
ESTÁS LEYENDO
Esencia a Rosas y Rebelión (Oscar Isaac y tú) [EN CURSO]
Roman d'amourEn el México del Porfiriato, donde la opulencia y la corrupción tejían una red de intrigas, la prometida de un poderoso gobernador se convierte en el objetivo de un audaz ladrón. Cuando Amelia Mendoza es secuestrada por el enigmático Oscar Hernánde...