Capítulo 7: Empatía

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Amelia despertó con el primer rayo de sol filtrándose por las rendijas de la vieja cabaña y su piel comenzó a sentir el frío matinal que se aferraba a las paredes de adobe y volvió a encontrarse con una imagen poco alentadora de su realidad: los m...

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Amelia despertó con el primer rayo de sol filtrándose por las rendijas de la vieja cabaña y su piel comenzó a sentir el frío matinal que se aferraba a las paredes de adobe y volvió a encontrarse con una imagen poco alentadora de su realidad: los muebles de madera tallada, la chimenea apagada, y las vigas de madera envejecida que sostenían el techo, todo parecía señalar el claro reflejo del desastre que era su existencia en ese momento, como si cada rincón a donde mirara, le recordara que al final, todo terminaba siendo perecedero.

El aroma a madera añeja mezclado con el de la humedad del bosque la envolvía y su mente, aun borrosa por el sueño, tardó en situarse unos minutos, hasta que los recuerdos de la noche anterior comenzaron a invadirla.

El peligro, la angustia... y el beso de Oscar. Otra vez, aunque en esta ocasión, se había sentido distinto, como si los dos hubieran estado plenamente conscientes de la situación y de que eso, era lo que realmente querían, lo que realmente deseaban.

Sus labios todavía sentían el calor de los de él, un calor que persistía como una llama pequeña, pero muy intensa y por unos segundos, acarició sus labios suavemente con los dedos, cerrando los ojos un momento en un intento de descifrar el torbellino de sensaciones que se agitaban en su pecho. ¿Era esto cariño? No estaba segura, era la primera vez que sentía de esa forma tan intensa y bajo esa situación tan particularmente extraña.

El eco de sus pensamientos la llenaba de una mezcla de nerviosismo y curiosidad. "No puedo permitir que le pase nada", le había dicho él antes de besarse de nuevo y esas palabras resonaban en su interior, tan sinceras, tan cargadas de un cuidado que ella no había experimentado antes, de una sensación de seguridad que nadie le había hecho sentir nunca.

Con todo ese alboroto en su mente, Amelia al fin se levantó de la cama, todavía llevando puesto el que ya parecía ser un viejo vestido colgando de su figura: arrugado y desgastado después de tres días de uso continuo. El roce áspero de la tela contra su piel la hizo consciente de su incomodidad y por un momento, se preguntó si habría por lo menos una minúscula posibilidad de encontrar un cambio de ropa, por lo menos, que estuviera limpia y en buen estado, no sucia y rota como la prenda que llevaba.

Al salir de la habitación, llegó hasta la puerta principal de la cabaña y la abrió. No estaba segura del porqué de esa acción, pero sentía un impulso extraño de ver el exterior sin la angustia de tener que huir o esconderse.

La brisa matinal le acarició el rostro y la hizo detenerse un instante en el umbral. Cerró los ojos unos segundos, sintiendo como el viento se colaba por entre sus pestañas y le hacía sentir cosquillas en los labios. Le parecía algo muy curioso cómo es que antes no se había percatado de esos detalles. Y es que su vida en la cuidad era tan ajetreada, que apenas y tenía tiempo para ser consciente del transcurso del día y la noche.

Esta era la primera vez en toda su vida que tenía la oportunidad de sentir de verdad el viento en su rostro, de aspirar el aroma de la tierra fértil y las flores silvestres. Era la primera vez que escuchaba las hojas de los árboles moverse con la brisa, el canto de las aves y la luz del sol en su piel... Todo le causaba una extraña sensación de paz y libertad, sensaciones con las que no estaba familiarizada y al mismo tiempo, le pareció bastante irónico, considerando su situación actual: secuestrada en medio de la nada.

Esencia a Rosas y Rebelión (Oscar Isaac y tú) [EN CURSO]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora