El robusto corcel de pelaje negro resoplaba y galopaba vigorosamente al ritmo de las órdenes de su jinete, ya cada vez más lejos de aquella mansión de estilo español. Sus cascos golpeaban el suelo terroso con fuerza, levantando nubes de polvo. Las indicaciones de Oscar eran claras y firmes y el animal respondía con una obediencia instintiva, moviéndose con agilidad y rapidez.
Oscar llevaba a cuestas a Amelia, sosteniéndola por la cintura cerca de él para evitar que fuera a resbalarse. Ella trataba de buscar soporte en el cuello del caballo pero le resultaba difícil al llevar las manos atadas. La noche los envolvía con una densa oscuridad; su camino solo iluminado por la luz de la luna y las estrellas que brillaban intensamente a través del cielo despejado del valle.
A medida que avanzaban, los campos de agave se extendían a ambos lados del camino, creando siluetas espinosas con sus hojas puntiagudas cuando la luz de luna caía hasta ellas; los árboles altos y frondosos formaban un túnel natural que oscurecía un poco más el camino y la brisa traía consigo polvo y hojas secas, mezclados con el sonido lejano de los grillos.
A pesar de su miedo, Amelia intentaba con todas sus fuerzas luchar contra sus ataduras pero, ya se estaba agotando. Sus movimientos frenéticos lentamente fueron disminuyendo y eso solo hacía que Oscar la sujetara con más firmeza. Cada vez que le caballo daba un salto, Amelia sentía un tirón en la espalda debido a la mala postura que llevaba al estar montando, pero sin duda, ese era el menor de sus problemas.
Cuando ella logró divisar una pequeña cabaña a la que ahora se acercaban con más velocidad, la voz de Oscar le atravesó los oídos.
—Es usted muy valiente, señorita Mendoza, más valiente de lo que yo me esperaba pero, se lo digo de una vez: eso no cambia nada —musitó solo mirándola de reojo por unos segundos antes de volver su atención por completo al camino.
Ya tenía que empezar a ser más cuidadoso, esa parte del camino que delimitaba el paso para llegar a la cabaña, era engañoso y peligroso y si no era prudente, podrían terminar cayendo por una colina demasiado alta.
Como Amelia estaba amordazada, no pudo hacer otra cosa más que mirarlo con ojos ardientes, llenos de ira. Oscar lo notó y alzó una ceja sonriendo divertido ante el espectáculo. Era interesante, tenía que admitirlo, porque jamás nadie lo había desafiado como ella y hasta cierto punto, resultaba una situación tentadora, porque solo alguien estúpido o ciego (o ambas cosas), no se daría cuenta de lo bella que era la señorita Amelia Mendoza. Y podía ser una combinación mortal, porque era valiente, parecía audaz y era notablemente hermosa, cualidades que no había visto en otras mujeres antes.
Siempre había sido un hombre que mantenía un perfil bajo en cuanto a sus relaciones y a lo largo de su vida, no había tenido demasiadas porque simplemente no funcionaban, no se comprendían o ellas encontraban a alguien más. Ya había dejado esa etapa de su vida en el pasado pero, ahora que Amelia lo miraba de esa manera tan... intensa, le estaba resultado imposible no pensar en otros escenarios: uno donde al llegar a la cabaña y la bajara del caballo, pudiera besarla con desesperación y...
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Esencia a Rosas y Rebelión (Oscar Isaac y tú) [EN CURSO]
RomantizmEn el México del Porfiriato, donde la opulencia y la corrupción tejían una red de intrigas, la prometida de un poderoso gobernador se convierte en el objetivo de un audaz ladrón. Cuando Amelia Mendoza es secuestrada por el enigmático Oscar Hernánde...