Recuerdos

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El sol se filtraba tímidamente a través de las cortinas semiabiertas de la habitación. Takagi se estiró en su cama, sintiendo el peso de la manta aún sobre sus piernas. A su lado, la cama de Sumire estaba vacía, su mejor amiga ya se había levantado, como siempre. El aroma a café recién hecho flotaba en el aire, indicándole que era hora de empezar el día.

Mientras se levantaba, notó un ligero dolor en el pecho, una sensación que últimamente aparecía cada mañana, como si una parte de ella quedara atrapada en algún lugar del pasado. Sin embargo, no era una presión que la paralizara, sino más bien una especie de nostalgia que la acompañaba, una compañía silenciosa que no pedía nada, pero siempre estaba ahí.

El reflejo en el espejo le devolvió una imagen de sí misma que le era familiar y, al mismo tiempo, extraña. Había crecido, cambiado, pero sus ojos aún guardaban esos pequeños destellos de quien era en la secundaria, esos momentos en los que su vida giraba en torno a alguien más. Alguien que no estaba aquí, pero que todavía ocupaba un espacio en su mente.

Mientras se vestía, su mirada se detuvo en una pequeña caja en su estante. Era una simple caja de madera, pero dentro guardaba una colección de recuerdos, pequeños detalles que había acumulado con el tiempo. Sin pensarlo demasiado, la tomó y la abrió. Dentro, un par de cintas, notas, un llavero que alguna vez había compartido, y en el fondo, una foto. Nishikata y ella, más jóvenes, sonriendo en una tarde soleada después de la escuela.

Takagi dejó escapar un suspiro. ¿Cuánto tiempo había pasado desde entonces? Parecía una eternidad, y a la vez, solo un parpadeo. Recordar esos días siempre le provocaba una mezcla de sentimientos. Había dulzura en esos recuerdos, sí, pero también había algo más profundo, algo que todavía no entendía del todo.

Sumire entró en la habitación, sacándola de sus pensamientos.

—Buenos días, Takashi —dijo Sumire con una sonrisa mientras se secaba el cabello con una toalla— ¿Estás lista para hoy?

—Sí, casi lista —respondió Takagi, cerrando la caja con cuidado y volviéndola a colocar en su lugar— Hoy será un día ocupado, ¿no?

Sumire asintió, mientras se preparaba para su propia rutina. Takagi no pudo evitar sentirse agradecida por tener a Sumire a su lado, pero también sabía que había cosas que no compartía con ella, cosas que pertenecían solo a su pasado.

A medida que la mañana avanzaba, Takagi se encontró volviendo a esos días de secundaria. Los pequeños juegos, las bromas que compartía con Nishikata, y las veces que su corazón latía un poco más rápido al verlo. Todo eso estaba guardado en su memoria, intacto. Pero ahora, al pensar en él, había una pregunta que no podía evitar hacerse ¿Qué habría pasado si las cosas hubieran sido diferentes?

Mientras el día transcurría, Takagi trató de concentrarse en el presente, en las clases, en sus apuntes, pero su mente seguía regresando a esos momentos. Nishikata, era lo que resonaba en su mente, no como un eco, sino como una melodía suave que se repetía una y otra vez.

Esa tarde, mientras caminaba de regreso a su apartamento junto a Sumire, Takagi no pudo evitar detenerse por un momento, sintiendo esa presión en su pecho volverse más fuerte.

— ¿Estás bien, Takashi? — preguntó Sumire, notando su silencio —

— Sí, solo estaba...recordando... —respondió, sin ofrecer más detalles —

Sumire sonrió comprensivamente, sin presionar. Con una ligera inclinación de la cabeza, Takagi continuó su camino, preguntándose cómo un recuerdo podía sentirse tan real, tan presente, como si una parte de ella nunca hubiera salido de ese pequeño salón de secundaria, donde todo comenzó.

Era curioso cómo los recuerdos podían ser tan nítidos, tan vívidos, incluso después de tanto tiempo. Takagi no tenía respuestas, pero sabía que esos momentos formaban parte de quien era ahora, y aunque el dolor en su pecho no desaparecía, tampoco quería que lo hiciera. Quizás porque, de alguna manera, ese dolor era la única conexión que le quedaba con Nishikata.

Al llegar a su apartamento, Takagi se dejó caer en su cama, sintiendo la suavidad de las sábanas y cerrando los ojos por un momento. El día había terminado, pero los recuerdos seguían ahí, latentes, esperando en la oscuridad. Y mientras se dejaba llevar por el sueño, solo una imagen permanecía en su mente, la de un chico de la secundaria, con una sonrisa tímida, que nunca pudo borrar completamente de su corazón.

Tus bromas me enamoranDonde viven las historias. Descúbrelo ahora