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Capítulo actualizado para aliviar la espera de MrsMoMo_wa 🤭💗

En la penumbra sofocante del club, los ojos de Meliodas destellaban una frialdad inquietante, casi inhumana. No había interés en la transacción que llevaba a cabo, ni en las palabras que su cliente intentaba desatar entre ellos como un puente hacia la normalidad. Sin embargo, cuando sus ojos encontraron a la joven albina en la pista de baile, algo en su interior, aunque leve y oscuro, pareció despertar.

Su mirada se posó, fija y penetrante, en ella mientras sus movimientos se entrelazaban con los de la chica de cabello castaño. Con un sorbo lento, casi ritual, vació su vaso de vodka, como si el líquido helado pudiera apagar el fuego latente en su pecho. Pero el momento de abstracción fue efímero; su comprador, Helbram, no tardó en hacer notar su incomodidad, arrancando a Meliodas de su trance momentáneo.

—Demon, parece que te estás distrayendo con una de las jóvenes de allá abajo —provocó Helbram con una sonrisa ladeada, casi ansiosa por atisbar algún signo de humanidad en el implacable mafioso. Meliodas, irritado, lanzó un gruñido de frustración, rodando los ojos como si el comentario fuera una mosca molesta que podía ser apartada con un simple gesto.—¿Quién de todas será? —insistió Helbram, su sonrisa ahora cargada de malicia.

—Ninguna —respondió Meliodas, su voz carente de cualquier atisbo de humor o interés—. Por esta ocasión, te daré dos toneladas más de cocaína, solo porque tengo prisa, Helbram.

La carcajada de Helbram resonó en la habitación, un sonido hueco que se desvaneció rápidamente en la atmósfera cargada de humo y música estridente. Con movimientos rápidos y precisos, firmó el cheque y se lo entregó a Meliodas, quien lo tomó con la misma indiferencia que un soldado recogería una bala. Sin más preámbulos, se dirigió al borde del balcón, donde una vez más sus ojos encontraron a la albina.

La música pulsaba a través de su cuerpo, una cadencia intensa que parecía alinearse con los latidos de su corazón. Los movimientos de la joven no eran solo un despliegue de habilidad; eran un lenguaje cifrado, una invitación a desentrañar los secretos que ella tan hábilmente ocultaba bajo esa apariencia sudorosa y agitada. Meliodas no necesitaba más pruebas, pero algo en su interior deseaba seguir observándola, ansioso por descubrir hasta dónde podía llegar aquella danza y lo que realmente ocultaba.




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Elizabeth no sabía cuántas copas habían pasado por sus labios esa noche, pero sí sabía que el alcohol corría en su sangre con más fuerza que su propia voluntad. La euforia que sentía la mantenía en movimiento, con sus caderas balanceándose al ritmo pulsante de la música, mientras sus manos se deslizaban por su cabello con despreocupación. Era una sensación extraña, liberadora, estar tan inmersa en una atmósfera que no frecuentaba desde hacía años. Diane, con su risa contagiosa, había sido la chispa que encendió la velada, recordándole lo que era disfrutar sin reservas.

Las dos chicas estaban perdidas en su propio universo, donde las luces brillaban demasiado y el mundo exterior no tenía cabida. Pero esa burbuja de desenfreno fue abruptamente atravesada cuando Elizabeth sintió unas manos firmes posarse en sus caderas. Al voltear, jadeó de sorpresa al ver a un joven desconocido que se había unido a su danza sin previo aviso.

— ¿Te han dicho que bailas súper bien? —murmuró el joven, con una sonrisa relajada. No parecía tener segundas intenciones, solo quería entregarse al ritmo de la música y disfrutar del momento.

Elizabeth sonrió, sintiendo el calor de su presencia contra su espalda, mientras Diane le lanzaba una mirada divertida, una que Elizabeth evitó para no estallar en risas. Pero el momento fue efímero; las manos del joven se deslizaron suavemente por su cintura, hasta que, de repente, se separaron. Elizabeth, confusa, giró rápidamente la cabeza para ver qué había ocurrido.

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