Eva se miraba en el espejo del baño, observando el reflejo de su rostro marcado por el miedo. Sabía que esta noche no sería diferente. Los pasos de Javier se escuchaban por el pasillo, cada vez más cerca, pesados y amenazantes. El corazón de Eva latía con fuerza, como si quisiera salir de su pecho y escapar antes de que él llegara.
Habían pasado años desde la primera bofetada, y cada vez la violencia se volvía más brutal y frecuente. Al principio, se había aferrado a la esperanza de que él cambiaría, de que aquellas promesas rotas algún día se cumplirían. Pero la realidad era un ciclo interminable de dolor y arrepentimiento fingido.
Esta vez, mientras el pomo de la puerta giraba, Eva sintió algo diferente. No era la resignación de siempre, sino una chispa de determinación. Sin hacer ruido, se acercó a la ventana, ya entreabierta, y con un movimiento rápido, la empujó lo suficiente para salir. Los pies descalzos tocando el frío asfalto la hicieron sentir más viva de lo que había estado en años.
Las sirenas de la policía sonaban a lo lejos, pero Eva ya no las necesitaba. Corría, alejándose de la casa que había sido su prisión. Las lágrimas resbalaban por su rostro, pero esta vez eran de alivio. Sabía que la libertad no llegaba sin cicatrices, pero por primera vez, se sintió valiente.