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Eran tiempos oscuros

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Eran tiempos oscuros. En la ciudad por fin se podía respirar con normalidad, tras varios meses en los que el humo y la ceniza lo cubrían todo. Una expansión incontrolada de hongos xilófagos había azotado al reino de Rhig, pero afortunadamente, consiguieron detener su avance. No obstante, había provocado muchos estragos. La gente dejó de usar la madera para construir sus casas y empezó a utilizar otros materiales. A pesar de la atmósfera tan cargada de tensión en la ciudad, uno llega a acostumbrarse y a encontrar la calma. Lo peor había pasado, pero los habitantes se habían endurecido y las sombras permeaban en sus cabezas. Hoy es un día raro, nublado y sin viento. No hacía ni frío ni calor, y eso te hacía sentir expectante, por ver hacia qué lado se iba a tornar la balanza.

Un pinchazo en el pecho fue lo que hizo reaccionar a Kilian. Nació de pronto la necesidad de volver a casa, corriendo por las estrechas calles empedradas de la ciudad. No era ansiedad, era un mal presentimiento, aunque aún no sabía de qué. Sus habilidades como brujo se ven mermadas cuando las usa para sí mismo. Por eso tenía claro que él iba a verse afectado por lo que pasara. Quizás estaba a tiempo de hacer algo para modificar ese futuro incierto y trocar su sino...

Esquivó a una adorable anciana que no pudo evitar insultarlo al asustarse, giró la calle y llegó a unas escaleras laterales que bajaban al mercado principal de la ciudad. Las saltó, pasando por encima de un puesto de fruta, aterrizó al lado de un grupo de señoras que sonrieron al reconocerlo. Le gritaron al verlo irse corriendo: «¿Hoy no vas cantando?». Ni siquiera las escuchó.

Cruzó la plaza con rapidez y se metió por una callejuela estrecha. De ancho apenas cabe un pañuelo extendido, pero tenía su encanto; era distinta de las demás calles. Y era por la que podía llegar antes a su casa. Una puerta negra, robusta, con una serie de papelitos que colgaban del marco que tenían palabras escritas en un idioma que sólo el brujo hablaba. Estaba cerrada y los sellos estaban intactos. Tras comprobarlo, sacó la llave y entró.

Era una casa pequeña, cuadrada, de dos plantas, y llena de vida, donde en cada rincón había plantas de todos los tamaños. En un día soleado, no había ni una sombra. Entraba luz por el pequeño patio de atrás. Las paredes de las otras casas hacían de muro, y eran altas. El patio se separaba de la casa por una malla hecha con brezo, fácil de retirar y colocar. La estancia estaba dividida en dos partes por un pequeño muro de piedra que hacía de mesa cuando colocaba una tabla de madera encima. En la parte del fondo, donde está la malla, se encuentra una olla en el hogar, que está encendido, y una serie de armaritos repletos de especias y utensilios metálicos.

En la parte de la entrada, hay cientos de velas y estanterías llenas de libros. En una de las repisas, hay muchas cajitas que contienen piedras preciosas, minerales y abalorios, como colgantes y anillos.

Se situó cerca de la olla. Otro pinchazo. Kilian realizó una voltereta hacia atrás colocándose detrás del murito, agachado, justo a tiempo para evitar ser atravesado por una flecha de ballesta, que queda clavada en la piedra. Un encapuchado atravesó el brezo mientras prepara una segunda flecha. El brujo hizo girar la madera que estaba encima del murito, la levanta con ambas manos y le asestó un golpe en la cabeza al enemigo, justo por la parte que tiene un clavo. No consiguió hacerle herida alguna, pero sí le arrancó algo de pelo. Al retirar la madera, una flecha se clavó en ésta. Agachado, Kilian se fijó en el pelo que había en el clavo. Acarició un anillo con forma de garra de dragón que portaba en su mano derecha. Susurró unas palabras para establecer un vínculo entre el pelo y la madera, y empezó a arañar al tablón.

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