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Tras deambular durante días por las calles de Corima, pudo estudiar las rutinas de los cabecillas del movimiento Kafne.

En Rhig se encontraba la Orden de Vosstonovo por un lado los kafne, que se habían unificado, y los brujos errantes, que no respondían ante nada ni nadie, como Kilian.

Si bien muchos de los kafne se unieron a las filas de la Orden, otros muchos no compartían la visión de la corona sobre cómo impartir justicia. Dado que, de todas formas, actuaban como si fueran guardias protegiendo a las gentes, les permitían asentarse en las ciudades, llegando incluso a obtener cargos importantes.

Había cinco líderes kafnes que se reunían en tabernas a vender su verdad. La gente los escuchaba atentamente y rara vez se escuchaba un comentario en contra, y en caso de haberlo, el resto respondía a favor de los brujos mal llamados radicales. Era cierto que estaban haciendo propaganda de manera limpia, dando sus mítines y a veces haciendo gala de sus dones, pero nunca violencia, justo todo lo contrario.

Se habían especializado en detectar cualquier tipo de trifulca para acudir al momento e impedir el avance de cualquier tipo de violación, robo o daño en general.

Pequeños gestos que no suponen una mejora de la ciudad, sólo lo justo para mejorar su opinión pública, mientras se hacen hueco poco a poco al volverse imprescindibles, adquiriendo cada vez más responsabilidad en la ciudad.

Pero Lena sabía, quizás por los pensamientos de Lord Trebhallion traspasados a ella al ser tocada por su sombra, que toda esa parafernalia estaba para ocultar que no podían trabajar en equipo. Todo pintaba muy bien hasta que otro brujo quisiera alzarse. Los brujos, aunque empiecen dialogando, suelen acabar dando su opinión a través de la destrucción.

Esa mañana vio a dos de ellos discutiendo tras salvar a una persona mayor de un robo, sobre qué debían hacer.

—Te digo que debemos ajusticiarlo.

—¡Y yo te digo que no nos corresponde a nosotros! Que debemos regirnos por las leyes de Corima y que, según éstas, debemos ir ante el Mäer, que es quien actualmente se encarga de este tipo de asuntos, que no pue...

—Señora, ¿vos qué opináis?

—Yo sólo quiero que no vuelva a robar. Ni a mí, ni a nadie, por malasangre—dijo la señora con indignación.

—Pues el buen ladrón, es el ladrón muerto.

—El crimen ha sido paralizado. Ahora debemos acatar las normas. Tú no estás por encima de ellas—Uno de los anillos que llevaba en su mano derecha empezó a brillar.

—¡Que lo maten, que lo maten! ¡Metedle fuego! —La señora mayor se estaba animando.

—El pueblo ha hablado, amigo—El otro brujo empezó a sujetar con fuerza uno de los colgantes que llevaba encima.

—¡Eso es! —Lena no pudo evitar entrar a la discusión—. A falta de un crimen, vais a crear otro, para compensar, ¿no? ¿Os vais a batir en duelo en mitad de la ciudad? ¿Qué clase de daño cerebral presentáis? ¿Es fruto de la anterior guerra?

—Tiene razón—El anillo del brujo deja de emitir luz—. No íbamos a hacer nada. Son bromas entre nosotros.

—Sigo pensando que deberíamos reventarlo, pero no se preocupe. No planeábamos montar un espectáculo aquí.

—Nunca activéis un amuleto si no pensáis usarlo—Sacó una pluma blanca con motas—. Si lo vais a sacar, no lo hagáis en vano.

Lena aprieta con fuerza la pluma con una mano, mientras que con la otra aprisiona a los dos brujos utilizando el poder del amuleto. Le permite controlar el viento, que, con la bendición de los Hereres, ese vínculo es mucho más potente de lo que nunca había podido alcanzar. Había modificado la presión del aire justo donde estaban ellos, para que no afectara a nada ni a nadie más. No se podían mover, era como tener una piedra enorme encima y les costaba respirar.

KoldunDonde viven las historias. Descúbrelo ahora