II

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—Puedo caminar desde aquí— le hice saber volviendo a mí misma ahora que nos encontrábamos dentro de las cuatro paredes de mi amplio y grandioso resguardo.

Su cabeza se movió de un lado a otro en busca de seguramente mi medicación. Con cada movimiento, vi el destello de una pequeña coleta atada en un nudo en su nuca. Así que tiene el cabello medianamente largo. Y de tan solo verlo tan de cerca me picó la curiosidad por saber cómo sería enredar mis dedos en esa cabello de pequeños rulos.

Quise bajarme por mi cuenta empujando su pecho, pero sus callosas manos sostuvieron mis piernas casi como un candado. No dejándome ir.

—Suéltame. Bájame ahora.

Mi orden le llamó la atención y, de nuevo, un estallido silencioso se produjo cuando chocamos miradas. Esta vez pegados, a tan solo milímetros de poder fundirnos el uno con el otro.

Su chasquido de boca me dio permiso a zafarme de su toque y de sus manos. Me bajé con cuidado y, una vez mis pies tocaron el suelo, me encaminé entre siseos de dolor hasta mi mesilla de noche sentándome en la cama.

Deslicé el cajón y rebusqué entre los papeles y y cajas dentro. Estaba lleno de recetas y futuras visitas médicas. Cuando lo encontré, estuve dispuesta a cerrar el cajón y tomármelo sin agua solo porque me preocupaba la agitación que sentía de repente.

Sin embargo, un objeto negro y encuerado me detuvo. Un arma. La pistola que me regaló papá el año pasado por cumplir la mayoría de edad.

Esa misma arma que me negué a usar pese a que en nuestro mundo era más que habitual vivir rodeada de ellos que de golosinas.

Intenté calmar mi respiración y hacer como que seguía buscando. Necesitaba que apartase sus intensos ojos de mí. No lo quería mirándome como lo hacía . Más que todo, para detener la calentura que sentía en mi nuca por la intensidad de su mirada clavada en mi rostro.

Esperé a que torciera su cuello o mirase momentáneamente a otro lado para poder sacar el arma y salvarnos a mamá y a mí de esta gente, pero era inútil, un caso definitivamente imposible porque el encapuchado parecía hasta entretenido por el rubor que lentamente recorrió mi cuello y omóplatos. Por la fría brisa que entró de repente por mi pequeño balcón abierto, mis piernas expuestas por el vestido café que vestía se juntaron y cruzaron, y por el rabillo del ojo, pude ver que esa fue la distracción necesaria para cometer mi acción porque sus ojos pasaron instantáneamente de taladrarme la cara a trasladarse a la piel tersa de mis muslos.

No dudé y no lo pensé mucho cuando saqué con rapidez la pistola y la alcé en su dirección. Desactivé el seguro y puse en marcha la bala que muy pronto acabaría en su cabeza o corazón si no acataba mis órdenes.

—Sé disparar —le hice saber plantándole cara. Sus ojos siguieron imperturbables, y me escoció verlo igual que antes y no alterado como yo lo estaba— Así que ni te molestes en burlarte de ver a alguien como yo sostener un arma como esta.

Desde mis quince años tuve que acostumbrarme a los comentarios sexistas y machistas de los soldados de papá y mi Capo. Sí, era común ver a mujeres con pistolas y metralladoras guardadas en los hogares, no obstante, ver a esas mismas mujeres sosteniéndolas y apuntando a un objetivo era objeto de burla entre la gente más tradicionalista de nuestro clan. Porque una dama solo servía para complacer y traer niños al mundo. Eran la fábrica perfecta para crear futuros herederos entre nuestros hombres más fuertes y leales. Ante los ojos más conservados, nosotras éramos simples objetos sexuales y, Dios, como detestaba y enfurecía ese hecho.

Así que, ¿qué hacía la hija del Consegliere del Capo recibiendo clases de defensa personal y tiroteo? ¿Por qué nunca se encontraba atada a la cocina o la cama a la espera de marido? Esas eran las preguntaste más frecuentes h murmuradas entre los hombres del clan más conservador. Y la a respuesta era sencilla. Mi papá, aún y con sus valores y creencias, se encargó personalmente de fortalecer mis habilidades de combate y agilidad. Aborreció cada mandato estipulado para mi crianza desde el momento en que se lo presentaron, así que ahí me encontraba yo, luchando por la libertad que tanto él como mamá siempre me mostraron a lo largo de mi vida.

Violets for guns || LizkookDonde viven las historias. Descúbrelo ahora