VII

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Saqué mi arma levantándola hacia ella, dando un paso hacia donde estaba apoyada, admirando con simpleza los perfectos ángulos de su rostro.  

Era raro para la naturaleza seguir los patrones geométricos a la perfección , especialmente para crear algo tan resplandeciente para el ojo humano. Pero ella... ella era la excepción a ese patrón inusual. Lisa era la excepción a todo en toda regla.

Contando, calculaba que unas veinticinco pecas adornaban ese rostro tan perfilado y a la vez redondo. Hoy tenía los labios pálidos, sin maquillaje. Cualquiera creería que los tendría perfilados con un marcado lápiz rosado, uno que resaltaba el grosor que estos tenían, pero la realidad era otra, y es que esos dos belfos sobresalientes y brillantes destacaban por sí solos sin necesidad de tintes o colores.

No lo pensé dos veces y la acorralé contra el capó donde descansaba su cuerpo envuelto en una falda blanca que le llegaba a los tobillos.

Por instinto, y porque nunca había conocido otra forma de tratar con el bando enemigo, empujé el cañón de mi pistola contra su cadera, ocultándola de la luz de las farolas por nuestros cuerpos tan pegados. Sentir eso, el frío metal de mi Glock, la hizo dar un respingo y se puso tensa en segundos.

—Vengo a hablar con el dueño—se me adelantó al hablar— Es una urgencia. 

Una risa seca escapó de mí sin previo aviso. Bajé por su figura hasta dar con el objeto que la delataba con facilidad. Le di un golpe con mi pie y eso consiguió que al fin reparara en aquello que la hacía ver automáticamente como una foránea maldeseada y, a ojos de cualquiera aquí, peligrosa.

—Bonito rifle. ¿Vienes de cazar o piensas comenzar aquí y ahora?

Soltó aire y rápidamente se enderezó tan solo para acribillarme con su mirada.

— No salgo de mi casa sin ella, y si no te apartas...—la decisión en sus ojos me hizo apretar más duro el arma. Pero pronto esa seguridad se vio transformada por contención. Sus puños se apretaron a sus lados y cerró sus orbes. Se estaba conteniendo— Necesito ver al dueño. Solo eso.

Algo en su tono me dijo que la necesidad la estaba cegando. Tal vez se dio un golpe al venir aquí y no recordaba.

Porque me parecía imposible que, por su propia cuenta, la Manoban menor hubiera pisado territorio enemigo por una emergencia. Especialmente una emergencia que involucraba al jodido propietario del Arenal.

Reí sin gracia y miré el cielo estrellado. Una puta urgencia. Aquí. Y cuando al fin volví en mí, bajé mi mano tensa en el mango de la pistola que la acorralaba y cerré sus posibles vías de escape con mis dos brazos sobre el capó del coche.

—Sé quién eres. Y sé que especialmente no perteneces a aquí.

Sus cejas se juntaron y pareció querer decir algo, un insulto, un arrebato, quién sabe, pero, otra vez, su prudencia intervino. Se estaba conteniendo. De nuevo. Y no sabía muy bien por qué eso me frustraba.

—Me alegra saber eso. Ahora, apártate de mí.

Mordió su labio inferior con fiereza antes de poner sus manos sobre mi vientre. Intentó empujarme, hacerme a un lado o simplemente escabullirse por debajo de mis brazos, pero claramente la diferencia de altura y de fuerza era notoria. Y aunque sus palmas eran suaves y como el toque de una flor en mi pecho, nada impidió que me apartase de su lado.

Gruñó cuando vio que no podía conmigo y soltó un quejido frustrado.

—Te lo advierto...

—Me quitaré cuando vea que tus preciosas piernas caminen en dirección contraria y estés a diez kilómetros de la zona. No pertenece aquí.

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⏰ Última actualización: Oct 01 ⏰

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Violets for guns || LizkookDonde viven las historias. Descúbrelo ahora