XV. Dominando el dolor

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Un dolor lacerante se extendía por todo mi cuerpo, provocando que fuera una completa odisea permanecer de pie. Me dejé caer exhausta y cerré mis ojos esperando el impacto con el suelo, pero jamás llegó; un par de fuertes brazos me sujetaban por la cintura, aferrándome, levantándome, apoyándome. Abrí mis párpados y examiné la pulcritud de las mangas blancas que vestían las extremidades de mi salvador, y mi corazón dio un vuelco al reconocer a quién pertenecían. Inhalé despacio para así infringirme tranquilidad y giré mi rostro con lentitud encontrándome con la mirada dorada más preciosa que hubiera visto jamás...

Eran innumerables las veces en las que había soñado con despertar y ver esos amberinos ojos a primera hora del día, pero ahora que los tenía frente a mí, regalándome su más sincero desconcierto, no me sentía contenta, no encontraba ningún atisbo de emoción acrecentándose en mi interior, al contrario; me sentía vacía, llena de resentimiento, ira y miedo. Sentí sus piernas flexionarse y acabé sentada en su regazo, con mi cabeza reposando en su hombro, contemplándolo con tal intensidad que intentaba de esa forma ponerlo al tanto de todo lo que había sucedido. Él desató hábilmente la mordaza que me cubría los labios y con preocupación observó los nudos alrededor de mis muñecas, tobillos y muslos.

—Dios mío, Kim, ¿quién te hizo esto?

—Tengo que... Tengo que impedirlo, es una trampa...—murmuré empezando a agitarme —. Tengo que ir con él... Tengo que hacerlo ahora...

Él me vio entré confundido y asustado pero en vez de decirme algo, simplemente se movió, de modo que terminé sentada en el suelo con la espalda apoyada detrás de unas enormes cajas. Lo observé de reojo, forcejando con las cuerdas que se ceñían en mis muñecas pero el dolor que me producía el roce del material sobre mi piel resultaba quemante, obligándome a cesar con el movimiento. Nathaniel buscaba algo a toda prisa entre las tantas cosas que había allí y después de lo que me pareció una eternidad, volvió con una navaja y un botiquín de primeros auxilios. Se arrodilló frente a mí y tomó mis manos con el objetivo de cortar los fuertes lazos teniendo cuidado de no lastimarme; cuando logró liberarlas recorrió con las yemas de sus dedos la lastimaba muñeca, lo que me produjo una leve molestia que mis labios se encargaron de alertar, él desvió su mirada de mis heridas y examinó mi rostro con preocupación.

— ¿Quién te hizo esto, Kim?—repitió su cuestionamiento pero eso sólo terminó apresurándome; Llevé mis manos hacia las ataduras fuertemente anudadas en mis muslos y traté de tirar de ellas con desesperación, intentando romperlas con mis manos, desgarrarlas con mis uñas, pero era inútil. Solté un gruñido de frustración y sentí como Nathaniel apartaba mis extremidades de los lazos—. Basta, tranquilízate, estoy aquí... No te hagas más daño, por favor...

Lo miré con lágrimas en mis ojos y los apreté con fuerza dejando que el cristalino líquido se dispersara con libertad por mis mejillas. Moví las manos sobre el nudo una vez más, y al no obtener resultado, lloré aún con más intensidad. Noté al delegado cortando las cuerdas con agilidad, y al culminar con su tarea me abrazó, con tal efusividad que me desconcertó.

Lloré apoyada en su pecho, aferrada a sus brazos, permitiendo que todo el miedo se desvaneciera en un abrazo. Apreté su camisa con mis dedos, y me acerqué tanto a él como me era posible. Enterré mi cabeza en su hombro, manchando con rímel la prenda, dejando que mi dolor me superara como pocas veces en la vida.

—Shh... —El ángel rubio apoyó su mentón en mi cabeza y me acarició el cabello con tanta suavidad que parecía irreal—. No dejaré que nada te pase... Nunca más, te lo prometo...

Mi corazón dio un vuelco al oírlo pronunciar aquellas palabras, eran todo lo que siempre había querido escuchar, eran la constatación de que aún en la oscuridad siempre había una luz, era él, era Nathaniel, mi Nathaniel...

Princesa de papelDonde viven las historias. Descúbrelo ahora