XIV. La trampa

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El viento agitaba con fuerza las cortinas de seda que adornaban el enorme ventanal haciéndolas danzar en un compás constante y distendido. Mechones de negros cabellos acompañaban la rítmica danza, dispersándose y moviéndose con libertad.

Me senté en la silla giratoria más próxima y hojeé la habitación; era enorme, tres veces más extensa que la mía y exquisitamente decorada. Todo dentro de ese lugar parecía armonizar y una pizca de envidia se encendió en mi interior. Sin duda esto era lo que también yo merecía. Dirigí mi mirada a Alanis sentada en el alféizar del ventanal pintando sus uñas con una despreocupación digna de admirar.

Giré la silla con mis pies y eché la cabeza hacia atrás apoyándola en el respaldo y observé las finas líneas que recubrían el cielo raso. La imagen de mí misma como solista en una exitosa carrera musical emergió de pronto haciéndome sonreír. Era mi sueño, siempre lo había sido desde que tenía uso de razón. Llegaría a esa meta costara lo que costara y por esa razón me encontraba justo aquí.

Volví a sentarme, miré sin interés mis jeans rotos y entonces la impaciencia me abordó por completo. No había venido a perder el tiempo, debía empezar a actuar si quería tener una vida llena de lujos y éxitos como quería. Me incorporé y caminé por la habitación buscando deshacerme de la constante molestia que estaba comenzando a sentir. Me acerqué a un tocador finamente tallado y fingí interés en los objetos puestos con pulcritud sobre él. Tomé una botella de perfume con detalles en su superficie y pude leer un Chanel perfectamente situado en la parte frontal del objeto. Dirigí mi mirada a una caja que contenía un collar dorado con pequeñas incrustaciones de diamantes en gran parte de su longitud; lo acaricié con mi índice sintiendo una hipnótica atracción y al llegar justo a la mitad, leí en el terciopelo turquesa las letras que se desprendían de él: Tyffany con fascinación continué mi inspección hasta que la voz de Alanis me obligó a detenerme.

—Parece que te diviertes, Debrah, querida —Sus ojos viajaron hasta mí y sus labios esbozaron una tenue sonrisa —. Todo eso y mucho más podrás tener una vez me ayudes con el plan... Anoche en la fiesta te luciste, realmente dejaste a Castiel sorprendido, sabía que funcionaría aunque sentí un poco de celos...

—Siempre hago bien mi trabajo, no deberías sorprenderte —respondí en un tono autosuficiente.

—Por supuesto —Su sonrisa aumentó aún más y supe que era el momento de hablar de negocios —. Como te dije hace unos días, mi padre está pagando ese comercial falso sobre el concurso musical, así que necesito que convenzas a Castiel de participar, busca que acepte, sé que tienes mucha influencia en él.

— ¿Y luego qué? —pregunté no tomando como un reto lo que significaba convencer a mi ex novio; lo único que me interesaba era lo que obtendría de la situación.

—Y luego le darás esto... —Caminó hasta el cajón y extrajo dos sobres que sujetó con sus dedos, acto seguido me dedicó una sonrisa de autosuficiencia —. Es el boleto que debes darle a Castiel una vez acepte, lo llevará a un lugar que tengo preparado para él... Y, este... —Continuó enseñando el segundo envoltorio —, es tu boleto de avión a Nueva York donde firmaras tu tan ansiado contrato. Claro, siempre y cuando logres que Castiel haga todo lo que ya mencioné.

Sonreí sin darme cuenta, ese plan era pan comido para mí 

—Hecho. 

~Un día después del baile...
~Narrador: Kim

Caminaba por los pasillos del instituto dirigiéndome a una de las aulas para comenzar las clases, cuando divisé a lo lejos a la directora charlando con la chica que, dos noches atrás, había lucido como una cantante profesional en el baile. ¿Quién era ella? ¿Por qué estaba aquí? Y más importante aun ¿Por qué conocía a Castiel?

Princesa de papelDonde viven las historias. Descúbrelo ahora