VIII Corazón de cristal

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¿Cómo podía no molestarme por lo que veía? ¿Acaso tenía alguna maldición que me obligara a presenciar todos los besos de los chicos cercanos a mí? ¿Sería una broma cruel del destino para mofarse de mi sufrimiento una y otra vez? ¿Por qué tenía que encontrarme justo a Castiel besando a Alanis de quien huía con ahínco hace unos días? Preguntas, inquietudes, dudas... Crecían como espuma, haciéndome odiar mi vida, mi tan desastrosa vida ¿Acaso a esto se le podía llamar así?

Últimamente todos parecían no notar que mi mundo iba hacia atrás, que cada acción que emprendía se iba al traste en un abrir y cerrar de ojos, y que mi para nada ecuánime sentido del amor, estuviera completamente equivocado, arruinado, y destrozado.

Aún no olvidaba el beso entre Nathaniel y Melody y el destino se empeñaba en recordármelo de una u otra forma, no había escape ni salida, era un túnel oscuro cubierto de dolorosas espinas que al caminar se incrustaban en mis pies, haciéndolos sangrar, llorar de dolor, pero que al final, no había más opción que seguir allí hasta encontrar una ruta de escape.

Sí, sé que sueno como una chiquilla deprimente, lo sé... Pero ¿cómo podía no hacerlo? Mi vida parecía estar bajo un manto oscuro del que inútilmente intentaba huir.

Mis ojos viajaban de un lado al otro, encontrándose con la mirada llena de desdén que me dedicaba Alanis, y la tan conocida e incómoda inspección de Castiel. No dije nada, sólo los observé, no me sentí de ningún modo tan mal como lo que experimenté cuando descubrí a Nathaniel, pero si había un dejo de rabia y una sensación de decepción acrecentándose en mi interior.

El guitarrista se puso en pie acercándose a mí sin rastro alguno de arrepentimiento en sus facciones. Su mirada tan penetrante y fría como una bala me atravesaba por completo, pero yo no me atrevería una vez más a darle el gusto de mostrarme débil. La Kim que le hacía frente al gran Castiel había retornado, y no iba a permitir que nadie volviera a pisotearla.

— ¿Qué diantres haces aquí?— consultó con su voz áspera y gélida capaz de congelar hasta el mismísimo infierno. Sostuve su mirada sin un ápice de duda, y luego tomé aire para responder.

— ¿Por qué debería contestar a eso?—repliqué con tranquilidad; por primera vez después de todos los acontecimientos me sentía fuerte, porque la rabia me hacía experimentar esa sensación, y ahora que había logrado que mi voz temblorosa se esfumara dando paso a la imperturbable y jovial que usaba siempre, no permitiría que el pelirrojo me arrebatara mi momento de valentía.

Él pareció sonreír, sabía que le agradaba mi respuesta, mi actitud, aquella fue la que me acercó a él en los primeros días del Sweet Amoris y la que me permitió conocer un poco más de tan irreverente pelirrojo.

— ¿El golpe te volvió rebelde?

Sonreí, aún a pesar de sentir esa ráfaga incontrolable de cólera hacia él. La verdad era que me estaba costando mantener la imagen de chica fuerte cuando todo mi interior se encontraba derruido, pero ya no me quedaba más que perder, así que ¿por qué no jugar su mismo juego?

A él por supuesto, y a juzgar por esa risilla socarrona que aún se mostraba inquebrantable en su faz, parecía agradarle mi gesto.

— ¿Quién lo iba a decir? Hace un momento te veías como una frágil chica a la que podían controlar con facilidad, y mírate ahora, cualquiera diría que eres más dura que el hierro pero en realidad...—dio un paso hacia adelante—, creo que estás actuando así porque estás...—mientras hablaba sus pasos me condujeron hasta un muro con el que mi espalda chocó al no tener más terreno a donde moverme —, celosa... —Recargó su mano derecha sobre la pared a la altura de mi rostro.

—Eso es muy presuntuoso de tu parte ¿no crees, Castiel?—sostuve su mirada sintiendo como mis mejillas ardían y como mi corazón se aceleraba ¿acaso no lo podía evitar cuando un chico estaba cerca de mí?

Princesa de papelDonde viven las historias. Descúbrelo ahora