𝟎𝟒;

248 25 2
                                    


Alastor salió de la oficina de Lucifer con una mezcla de emociones difíciles de descifrar. Había miedo, pero también una pequeña chispa de esperanza que no había sentido en mucho tiempo. Las palabras de Lucifer resonaban en su cabeza, una especie de mantra que lo hacía creer que tal vez las cosas podrían mejorar, que no tendría que vivir siempre bajo la sombra de Vox.

Lucifer observó a Alastor salir, y cuando la puerta se cerró, dejó escapar un suspiro que no sabía que estaba conteniendo. Era extraño cómo ese chico le había tocado una fibra sensible. El trabajo normalmente era su refugio para evitar pensar en su vida personal, pero algo en la fragilidad y la lucha de Alastor lo había sacado de ese ciclo. Pero no tenía tiempo para reflexionar demasiado. Había alguien más que lo esperaba.

Charlie.

Lucifer sonrió al pensar en su hija. Charlie era lo único puro que quedaba en su vida, la luz que iluminaba sus días más oscuros. A pesar de las dificultades, ella siempre lograba hacer que las cosas parecieran un poco menos caóticas. Desde que Lilith los había abandonado, él había tratado de ser un buen padre, aunque no siempre supiera cómo hacerlo. Afortunadamente, tenía a su hermana Emily, que lo ayudaba a cuidar de Charlie como una segunda madre.

Emily no era como el resto de su familia. No tenía esa necesidad constante de destacar o de competir, como Michael o su madre. Ella era sencilla, cariñosa, y siempre había sido el apoyo que Lucifer necesitaba, sin pedir nada a cambio.

Lucifer se puso de pie y salió de la oficina, cerrando con llave mientras se preparaba mentalmente para ver a Charlie. Estaba emocionado de recogerla del colegio. Charlie tenía solo cuatro años, pero ya era una niña vivaz, llena de curiosidad, con el cabello rubio y los ojos azules que le recordaban tanto a él como a Lilith. Lilith, la mujer que lo había abandonado. Esa herida seguía doliendo, aunque él tratara de ignorarla.

Antes de dirigirse al colegio, sacó su teléfono y le envió un mensaje a Emily:

"Voy a buscar a Charlie. ¿Estás en casa?"

Emily respondió casi de inmediato.

"Sí, aquí estaré. Charlie ha estado preguntando por ti todo el día."

Lucifer sonrió. Aunque el mundo parecía derrumbarse a su alrededor, saber que su hija lo esperaba siempre lo hacía sentir un poco mejor.

Subió al coche y se dirigió al colegio. Cuando llegó, el patio estaba lleno de niños corriendo y jugando. Entre ellos, vio a Charlie. Ella estaba parada junto a un columpio, con su largo cabello rubio iluminados por el sol de la tarde. Al verlo, una sonrisa gigantesca se formó en su rostro, y corrió hacia él con los brazos extendidos.

—¡Papá! —gritó con alegría.

Lucifer se agachó para recibirla, levantándola en el aire antes de abrazarla con fuerza. Esa pequeña niña tenía la capacidad de hacer que todo lo malo desapareciera, al menos por un momento.

—¿Cómo estuvo tu día, princesa? —preguntó mientras la acomodaba en sus brazos.

—Fue divertido, pero te extrañé —respondió ella, poniendo sus pequeños brazos alrededor de su cuello.

—Yo también te extrañé, Charlie —respondió Lucifer, su voz suavizándose. Al estar con ella, podía dejar de lado su fachada dura.

Mientras caminaban hacia el coche, Charlie no dejaba de hablar sobre su día. Le contaba historias sobre sus amigos del colegio, sobre los juegos que había inventado y sobre cómo la maestra le había dado una estrella dorada por ser "la más rápida" en la clase de gimnasia. Escucharla hablar con tanta energía le recordaba a Lilith, aunque odiaba admitirlo. Lilith también había tenido esa misma chispa en su juventud. Claro, eso fue antes de que decidiera dejarlos.

Llegaron a casa de Emily, y Charlie corrió hacia la puerta, emocionada de ver a su tía. Emily la recibió con un abrazo igual de cálido, y le guiñó un ojo a Lucifer mientras le decía a Charlie que fuera a lavarse las manos antes de la cena.

—Parece que alguien tuvo un buen día —dijo Emily con una sonrisa, mientras cerraba la puerta.

Lucifer asintió, quitándose la chaqueta y suspirando profundamente. Sabía que Emily podía leerlo como un libro abierto.

—¿Y tú? ¿Cómo te fue en el trabajo? —preguntó Emily, con ese tono de voz que siempre tenía cuando sabía que algo lo estaba molestando.

—Conocí a alguien nuevo —respondió Lucifer, y aunque intentó sonar despreocupado, Emily notó la tensión en su voz.

—¿Alguien interesante? —preguntó mientras le servía un vaso de agua.

Lucifer tomó el vaso y se quedó en silencio por un momento, pensando en Alastor. En esa mirada de desesperación, en cómo había visto un reflejo de su propio dolor en ese chico.

—Es un chico con problemas —dijo finalmente—. Alastor. Está escapando de alguien, un tal Vox. Creo que está en una situación bastante jodida, y... bueno, no sé por qué, pero siento que debería ayudarlo.

Emily lo observó en silencio, asimilando lo que decía. Siempre había sabido que, detrás de la fachada dura de Lucifer, había un lado protector. Lo había visto con Charlie, y ahora lo veía con este nuevo trabajador.

—Tal vez es porque sabes lo que es estar atrapado —dijo Emily suavemente, y eso hizo que Lucifer la mirara fijamente.

—No estoy atrapado.

Emily no respondió. No necesitaba hacerlo. Ambos sabían que había cosas en su vida, como la presión constante de su familia y la herida que Lilith había dejado, que lo mantenían en una jaula invisible.

Después de un rato, Charlie volvió corriendo desde la cocina, y la conversación quedó en pausa. Emily le sonrió a Lucifer antes de cambiar el tema, dándole un respiro.

—Entonces, ¿quieres quedarte a cenar? —preguntó Emily mientras Charlie se subía a su regazo.

Lucifer asintió. No tenía prisa por regresar a su vacío departamento. Pasar tiempo con Charlie y Emily siempre era un alivio, aunque fuera temporal. Pero mientras cenaban, su mente no podía dejar de vagar hacia Alastor y lo que podría estar enfrentando.

En algún lugar oscuro, Vox seguramente estaba moviéndose para encontrarlo.

En otro lugar...

Vox caminaba por las calles de la ciudad con una sonrisa arrogante en su rostro. Había recibido un dato sobre el paradero de Alastor. Su pequeña "mascota" había encontrado refugio en un lugar de trabajo, pero eso no iba a durar. Alastor podía correr, pero jamás podría esconderse de él. Después de todo, Alastor le pertenecía, y Vox no era alguien que dejara ir lo que consideraba suyo.

—Muy pronto, Alastor... muy pronto volverás conmigo —murmuró para sí mismo mientras sacaba un cigarrillo y lo encendía.

Mientras exhalaba el humo, su mente ya estaba calculando el próximo movimiento. Solo era cuestión de tiempo antes de que lo atrapara de nuevo.

¡voten!

Palabras: 1090

"Rosas en el Asfalto" RadioApple/AppleRadio OmegaverseDonde viven las historias. Descúbrelo ahora