𝟎𝟑;

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Lucifer observó a Alastor salir de su oficina, preguntándose en qué tipo de problemas estaría metido el joven. Su mirada, llena de desesperación y miedo, le recordaba algo que no podía ubicar del todo. Un eco de su propio pasado, quizás. Algo le decía que este nuevo trabajador traería más problemas que soluciones.

No pudo evitar pensar en las palabras de su madre, comparándolo de nuevo con Michael. Ese constante sentimiento de que nunca era suficiente, de que no importaba lo que hiciera, siempre sería el hijo problemático, el que estaba a la sombra de su hermano. Michael, el "ángel" de la familia. Una mueca de desprecio cruzó el rostro de Lucifer mientras se levantaba de su escritorio. No podía quedarse ahí sentado todo el día dándole vueltas a lo mismo. Había mucho por hacer y poco tiempo para lamentaciones.

Decidió darle un vistazo al área de trabajo donde Alastor estaría operando. Al bajar a la planta principal, notó que el ambiente estaba tan frío y hostil como siempre. Los empleados parecían autómatas, cumpliendo con sus tareas sin el más mínimo rastro de vida en sus ojos. Era un lugar que devoraba el alma de las personas, y Lucifer lo sabía mejor que nadie.

Al llegar a la estación de Alastor, lo vio de espaldas, sentado con los hombros encorvados mientras revisaba una pila de papeles. Había algo frágil en su postura, como si estuviera cargando un peso invisible. Lucifer lo observó en silencio durante unos segundos, preguntándose si ese chico duraría más de una semana en un lugar como ese.

De repente, Alastor dejó caer un papel y, al agacharse para recogerlo, una cicatriz que recorría la parte posterior de su cuello quedó al descubierto. Era fina pero profunda, y claramente no era una herida reciente. Lucifer entrecerró los ojos, sintiendo cómo una leve punzada de curiosidad lo atravesaba. Esa marca no era el resultado de un accidente; era algo más oscuro.

—Alastor, ven conmigo —dijo con firmeza.

El chico levantó la cabeza de golpe, sobresaltado, y asintió nerviosamente antes de seguirlo de vuelta a la oficina.

En otro lugar, no muy lejos...

Vox, con una expresión de absoluto desdén, miraba la foto de Alastor en su teléfono. La habitación en la que estaba era oscura, iluminada apenas por la luz de la pantalla, y olía a sudor y a tabaco. Sus ojos recorrían el rostro del joven en la imagen mientras una sonrisa retorcida se formaba en sus labios.

—Así que se fue a trabajar... —murmuró con sarcasmo. Vox nunca había creído que Alastor pudiera sobrevivir sin él. Para él, Alastor era solo un juguete, alguien fácil de manipular, de usar y descartar cuando le pareciera.

Lanzó el teléfono sobre la mesa y se recostó en el sillón, recordando la última vez que había visto a Alastor. Habían discutido, como tantas veces antes, pero esta vez el joven había tenido la osadía de alzar la voz. Vox no pudo soportarlo. Lo había agarrado del cuello, lanzándolo contra la pared con tal violencia que el impacto resonó por toda la casa. Alastor había estado aterrorizado, como siempre, y Vox había disfrutado de ese momento de miedo, de la sensación de poder sobre alguien tan frágil.

Sin embargo, ahora Alastor estaba tratando de escapar. De dejarlo atrás y reconstruir su vida. Y eso era algo que Vox no podía permitir.

—Te encontraré, Alastor —susurró, con una voz cargada de veneno—. Y cuando lo haga, desearás no haberme dejado nunca.

De vuelta en la oficina de Lucifer...

Alastor estaba de pie frente al escritorio de Lucifer, claramente nervioso. Sus dedos tamborileaban ligeramente sobre sus pantalones, y no podía evitar mirar al suelo.

—¿Te importa decirme de dónde proviene esa cicatriz en tu cuello? —preguntó Lucifer de manera directa, cruzando los brazos mientras lo observaba con atención.

El rostro de Alastor se tensó. Podías ver cómo su respiración se aceleraba por un momento, y sus ojos se oscurecieron. Claramente, no esperaba esa pregunta.

—No es... nada importante, señor —respondió en voz baja.

Lucifer no estaba convencido. Sabía identificar cuándo alguien estaba mintiendo, y Alastor no era bueno ocultando la verdad. Se levantó de su silla y caminó alrededor del joven, inspeccionándolo con una mezcla de curiosidad y cautela. Finalmente, se detuvo frente a él.

—Mira, no te voy a presionar si no quieres hablar. Pero te advierto que aquí no somos tontos. Si estás metido en algún problema, es mejor que me lo digas ahora. No quiero sorpresas desagradables más adelante.

Alastor tragó saliva y levantó la vista lentamente. Había una vulnerabilidad en su mirada que hizo que Lucifer se detuviera. Algo en él quería proteger a este chico, aunque no lo comprendiera del todo. Tal vez porque veía en Alastor una versión de sí mismo, atrapado en una situación de la que no podía escapar.

—Es... complicado. Mi... mi pareja, Vox, es... no es alguien fácil —comenzó Alastor, su voz temblando ligeramente—. Hemos estado juntos mucho tiempo, pero él... no es como aparenta. Me controla. Me ha golpeado antes, me ha hecho sentir que no soy nadie sin él. Y la cicatriz... es solo una de tantas.

Lucifer sintió una ola de ira recorrer su cuerpo, aunque la mantuvo oculta bajo una máscara de indiferencia. No era la primera vez que escuchaba historias como esa, pero había algo en la manera en que Alastor hablaba que lo hizo sentir diferente. Más personal.

—Entonces, ¿estás escapando de él? —preguntó Lucifer, más calmado de lo que realmente se sentía.

Alastor asintió lentamente, su mirada llena de tristeza.

—Intento hacerlo, pero... no sé si puedo. Vox siempre me encuentra, siempre me hace volver. Es como si no hubiera forma de salir de esto.

Lucifer respiró hondo y asintió. Sabía lo que era sentirse atrapado, impotente ante alguien que parecía controlar cada aspecto de tu vida. No era algo que compartiera con nadie, pero él también había sido moldeado por la constante presión de su madre y la sombra de Michael. Esa sensación de que nunca escaparías, de que siempre serías el segundo, el que no importa.

—Escucha —dijo finalmente—, no me importa lo que haya pasado antes. Mientras trabajes aquí, nadie te va a tocar. ¿Entiendes? No permitiré que alguien venga a causar problemas en mi oficina.

Alastor levantó la mirada, sorprendido. Por primera vez, una leve chispa de esperanza apareció en sus ojos.

—¿Lo dice en serio? —preguntó, como si no pudiera creer lo que escuchaba.

—Siempre digo lo que pienso. Si Vox intenta hacer algo, me aseguro de que se arrepienta. Pero tienes que poner de tu parte, Alastor. Si no luchas por ti mismo, nadie lo hará.

El joven asintió lentamente, procesando lo que acababa de oír. Por primera vez en mucho tiempo, sintió que tal vez no estaba completamente solo. Tal vez, solo tal vez, tenía una oportunidad de salir de ese infierno.

Cuando salió de la oficina de Lucifer, su mente era un torbellino de emociones. Sabía que Vox no se rendiría fácilmente. Sabía que eventualmente lo buscaría. Pero ahora, al menos, tenía algo de respaldo. Y aunque Lucifer era frío y distante, había algo en él que le hacía sentir que podía confiar, al menos un poco.

Mientras tanto, en las sombras, Vox no había perdido tiempo. Ya sabía dónde estaba Alastor. Y estaba listo para llevárselo de vuelta, sin importar el costo.

¡voten!

Palabras: 1923

"Rosas en el Asfalto" RadioApple/AppleRadio OmegaverseDonde viven las historias. Descúbrelo ahora