En el reino de Shingetsu, el joven heredero Akaza se prepara para asumir el trono tras la muerte de su padre. Douma, un nuevo concubino enviado para robar la fortuna del reino, se propone seducir a Akaza y convertirse en su favorito. Sin embargo, Do...
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Los días que siguieron al descubrimiento de la carta de Muzan estuvieron marcados por una calma tensa en el palacio. Akaza, ajeno a la tormenta que se cernía sobre ellos, continuaba con sus deberes reales, mientras que Douma se esforzaba por mantener una fachada de serenidad. Sin embargo, la amenaza de Muzan pesaba sobre su corazón como una sombra que no podía disipar.
Una tarde, mientras Akaza y Douma paseaban por los jardines, la brisa acariciaba sus rostros con suavidad. Akaza tomó la mano de Douma y lo miró con una calidez que desarmaba cualquier miedo que pudiera tener.
─ Douma, ─ dijo Akaza en voz baja, deteniéndose para mirarlo a los ojos, ─ he estado pensando mucho en nuestro futuro. Sé que hemos enfrentado desafíos, pero quiero que sepas que estoy dispuesto a hacer cualquier cosa para protegerte y asegurarnos de que seamos felices juntos.
Douma, con el corazón dividido entre el amor y el temor, apretó la mano de Akaza, intentando grabar ese momento en su memoria. Sin embargo, su mente estaba atrapada en una telaraña de mentiras, secretos y lealtades divididas.
─ Yo también, Akaza, ─ respondió Douma, su voz temblando ligeramente. ─ Te amo más de lo que puedo expresar con palabras.
Akaza sonrió y lo abrazó, sin darse cuenta del conflicto interno que consumía a Douma. Mientras estaban juntos, Douma sentía una paz que no había conocido antes, pero en su corazón sabía que el precio de esa paz era más alto de lo que estaba dispuesto a pagar.
Douma no podía seguir ignorando la amenaza que Muzan representaba para él y para Akaza. Decidió que la única forma de proteger al hombre que amaba era enfrentarse a Muzan una última vez. Esa noche, Douma se escabulló de sus aposentos y salió del palacio, sabiendo que podría ser la última vez que viera a Akaza.
El camino hacia el escondite de Muzan estaba oscuro y peligroso, pero Douma no titubeó. Su resolución era firme: acabaría con la amenaza de Muzan, aunque eso significara sacrificar su propia vida.
Al llegar al lugar, Muzan lo esperaba, como si hubiera sabido que Douma vendría.
─ Douma, ─ dijo Muzan con una sonrisa cruel, ─ sabía que no podías escapar de mí. Pensaste que podías dejarlo todo atrás, pero olvidaste que nadie puede escapar de su destino.
Douma lo miró con determinación, sintiendo que las palabras de Muzan no tenían el poder que una vez habían tenido sobre él.
─ No soy el mismo que servía a tus órdenes, Muzan, ─ dijo Douma, su voz firme. ─ He encontrado algo más importante que cualquier cosa que me ofrecieras. Y estoy dispuesto a luchar por ello, incluso si eso significa perderlo todo.
Muzan soltó una carcajada, su expresión oscura y amenazante.
─ Entonces, lucharás y morirás, Douma. No tienes ninguna posibilidad contra mí.
Douma sacó un pequeño frasco de veneno que había llevado consigo, decidido a usarlo como último recurso. Sabía que no podía vencer a Muzan en un enfrentamiento directo, pero podía asegurarse de que el tirano no volviera a amenazar a Akaza ni a su reino.
Antes de que Muzan pudiera reaccionar, Douma destapó el frasco y lo arrojó al suelo, liberando el veneno en el aire. Muzan, sorprendido por la audacia de Douma, retrocedió, pero el veneno ya comenzaba a hacer efecto.
─ Estás acabado, Muzan, ─ dijo Douma con una sonrisa triste, mientras el veneno comenzaba a afectarlo también. ─ Nunca podrás lastimar a Akaza ni a su reino.
Muzan, furioso, intentó atacar a Douma, pero su cuerpo se debilitaba rápidamente. Douma cayó de rodillas, sintiendo que su propia vida se desvanecía, pero con la satisfacción de haber hecho lo necesario para proteger a Akaza.
En el palacio, Akaza sintió una inquietud inexplicable. Algo estaba mal, lo sabía en lo más profundo de su ser. Dejó todo lo que estaba haciendo y corrió hacia los aposentos de Douma, pero no lo encontró allí. Preguntó a los guardias, pero ninguno había visto a Douma salir.
La ansiedad de Akaza creció con cada segundo que pasaba. Finalmente, uno de los guardias llegó con la noticia que temía: Douma había sido visto dejando el palacio en dirección al escondite de Muzan.
Sin perder tiempo, Akaza montó a caballo y galopó hacia el lugar, con el corazón latiendo desbocado por el miedo. Al llegar, encontró a Muzan muerto en el suelo, y a Douma, apenas consciente, a su lado.
Akaza corrió hacia Douma, lo tomó en sus brazos y lo abrazó con fuerza, como si con eso pudiera evitar lo inevitable.
─ Douma, ¿por qué...? ─ La voz de Akaza se quebró, sus ojos llenos de lágrimas.
Douma lo miró con ternura, levantando una mano temblorosa para acariciar el rostro de Akaza.
─ Lo hice... por ti, Akaza, ─ susurró Douma, su voz apenas audible. ─ No podía permitir que te hiciera daño... No podía perderte...
Akaza sacudió la cabeza, negándose a aceptar lo que estaba sucediendo.
─ No, Douma, no te vayas... No puedes dejarme ahora...
Douma esbozó una débil sonrisa, con lágrimas llenando sus propios ojos.
─ Siempre estaré contigo, Akaza... en tu corazón... No te olvides de mí...
Las palabras de Douma se desvanecieron mientras su cuerpo se relajaba en los brazos de Akaza, su vida escapando lentamente. Akaza lo abrazó con fuerza, incapaz de contener el torrente de lágrimas que caían por su rostro.
El cielo nocturno se extendía sobre ellos, como un manto oscuro y silencioso que cubría el final de su amor trágico. Akaza se quedó allí, abrazando el cuerpo sin vida de Douma, su corazón roto en mil pedazos.
Después de la muerte de Douma, Akaza regresó al palacio, pero ya no era el mismo. Su corazón había sido arrancado, y la vida que antes conocía se había desvanecido. El reino que una vez había gobernado con fuerza y sabiduría ahora era solo un reflejo de la oscuridad que sentía dentro de él.
Cada rincón del palacio le recordaba a Douma, y cada vez que cerraba los ojos, veía su rostro, escuchaba su voz. El dolor de su pérdida era una herida que nunca sanaría, un recordatorio constante de lo que había sacrificado por amor.
Akaza se retiró del mundo, dejando que otros gobernaran en su lugar. Pasaba sus días en soledad, en los jardines donde él y Douma solían pasear, recordando los momentos que compartieron, los sueños que nunca pudieron realizar.
El reino prosperó bajo el mando de sus consejeros, pero en el corazón del palacio, un príncipe lloraba en silencio por el amor que había perdido. Y así, el amor entre Akaza y Douma se convirtió en una leyenda, una historia de pasión, traición y sacrificio, contada a lo largo de los siglos como un recordatorio de que el amor, aunque poderoso, a veces no es suficiente para vencer al destino.
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