1. El Encuentro

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El día comenzaba como cualquier otro en el Hospital Universitario de Toledo. La fría luz de la mañana se filtraba a través de las enormes ventanas del edificio, proyectando sombras alargadas en los pasillos. El sonido de los monitores cardíacos, el murmullo de las conversaciones entre el personal y el susurro del paso de las camillas, se mezclaban en un concierto constante de vida y muerte. Marta de la Reina caminaba con paso firme y seguro. Su bata blanca ondeando con gracia detrás de ella mientras se dirigía a la sala de urgencias, su presencia era imponente, no solo por su cargo, sino por el aura de autoridad que emanaba de su ser. Los trabajadores del hospital, evitaban cruzarse en su camino. Marta no era solo la directora de urgencias, su apellido era sinónimo de poder en Toledo, un poder que se extendía más allá de lo que los humanos podían imaginar. Un símbolo de la dominación ancestral de su familia en la ciudad.

Los De la Reina eran una familia que había reinado en la ciudad durante siglos, aunque su dominio no era tan evidente para todos. Para Marta, la rutina de mantener el equilibrio entre su vida como vampiro y su trabajo como médica era algo natural, casi monótono. Pero aquel día, algo iba a romper esa monotonía.

Era temprano y Marta ya había revisado los informes del turno nocturno, la rutina era su compañera constante en una vida que de otro modo podía parecer vacía. Sin embargo, esa mañana sentía una inquietud inexplicable. Quizás era el cambio de estación, o el ligero descenso de temperatura que hacía que la luz del sol pareciera más distante. O tal vez era algo más profundo, algo que aún no lograba identificar.

Sus pensamientos fueron interrumpidos por un caso que captó su atención: un hombre de unos cincuenta años había sido ingresado en urgencias por un infarto. Los datos no habrían destacado entre el resto si no fuera por un nombre en particular: Isidro Valero. No era la primera vez que leía ese nombre. Isidro había trabajado como taxista para su familia durante años, sin sospechar jamás la naturaleza de aquellos a quienes servía. Sin embargo, lo que realmente la intrigaba no era él, sino su hija, la joven que había acompañado a Isidro al hospital.

Dejó el informe en la mesa, y guiada por algo que aún no entendía, Marta sintió la necesidad de acercarse a la sala de espera. No sabía exactamente qué la impulsaba a hacerlo, pero la curiosidad, o quizás una extraña atracción hacia lo desconocido, la llevó a tomar el camino que conducía a esa zona del hospital.

Cuando llegó a la sala de espera, su mirada escudriñó el lugar hasta posarse en una joven que estaba sentada en una de las sillas de plástico. A pesar de su aspecto desaliñado, había algo en ella que capturaba la atención de Marta, y la observó con más detenimiento. Era una chica de aspecto sencillo, con el cabello oscuro cayendo desordenado sobre sus hombros, vestida con ropa común, casi sin esfuerzo por impresionar. Sin embargo, lo que capturó a Marta fueron sus ojos marrones oscuros que parecían contener una mezcla de emociones, preocupación entrelaza con determinación y una chispa de fuerza interior que resultaba poco común. No era una belleza convencional, pero había algo en su porte que la hacía destacar.

Marta comenzó a caminar hacia la chica, su presencia provocando que los demás en la sala alzaran la vista por un momento antes de regresar a sus preocupaciones. Sin embargo, la joven no levantó la mirada, inmersa en sus pensamientos.

—¿Eres la hija de Isidro Valero? —preguntó Marta, su voz suave pero autoritaria.

La joven alzó la mirada, sorprendida al ver a la mujer que se dirigía a ella. No era solo la sorpresa por ver a una doctora interesarse personalmente por su situación, sino por la intensidad que irradiaba de ella. Sus ojos azules, penetrantes y magnéticos, la hicieron sentirse expuesta de una manera que no había experimentado antes. Trató de mantener la compostura, pero la fuerza de la mirada de Marta la desarmaba.

Herencia de SangreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora