8. No Puedo Más

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Ambas comenzaron a seguir a Jesús a una distancia prudente, moviéndose con sigilo entre las sombras del cementerio. El lugar, ya inquietante por sí mismo, ahora se sentía aún más peligroso con la presencia de uno de los De la Reina. A pesar de la creciente tensión, Fina sentía que estaba cerca de algo importante. La imagen de Marta y sus respuestas evasivas volvía a su mente. La conexión entre Jesús, esa chica del hospital y lo que acababan de presenciar comenzaba a tomar forma, aunque todavía estaba incompleta.

Jesús se movía rápidamente entre las lápidas, como si conociera perfectamente el camino. Las cazadoras hicieron todo lo posible para no hacer ruido, manteniéndose en la penumbra mientras lo seguían. Finalmente, Jesús llegó a una cripta antigua al final del cementerio. La puerta, de piedra maciza, estaba entreabierta.

—No me gusta esto —murmuró Carmen, sus sentidos cazadores en alerta máxima.

Fina negó con la cabeza, con los ojos fijos en la figura de Jesús que desaparecía dentro de la cripta.

—Es nuestra única pista. Tenemos que entrar.

Con cautela, ambas se acercaron a la entrada de la cripta, apoyándose contra la fría pared de piedra. Fina hizo una seña a Carmen para que mantuviera el silencio mientras asomaba la cabeza ligeramente. El interior de la cripta estaba iluminado tenuemente por velas dispuestas en las paredes. La atmósfera era densa, cargada de algo antiguo y oscuro. En el centro de la estancia, Jesús colocaba a la mujer en lo que parecía una especie de altar.

—Esto no es sólo alimentarse... —susurró Fina, entrecerrando los ojos mientras trataba de procesar lo que veía.

Jesús empezó a murmurar algo en voz baja, un idioma que Fina no reconocía, mientras trazaba símbolos en el aire con sus manos. El cuerpo de la mujer, inmóvil en el altar, comenzó a brillar con una luz tenue, como si algo estuviera ocurriendo dentro de ella.

—¿Qué demonios está haciendo? —Carmen apenas logró contener su voz.

Fina no podía apartar la vista. Jesús no estaba matando a la mujer... al menos no en el sentido convencional. Lo que fuera que estaba haciendo iba más allá de lo que ellas conocían sobre los vampiros. Parecía un ritual. Un ritual antiguo y poderoso.

—Esto está mal, Fina. Tenemos que hacer algo. —Carmen, inquieta, echó mano a una de sus armas.

—Si nos descubre, estamos muertas —le recordó Fina en un susurro urgente, agarrándola del brazo—. No podemos actuar sin un plan.

La tensión aumentaba mientras observaban. Jesús terminó el ritual con un gesto final, y la luz que envolvía a la mujer comenzó a apagarse. Su cuerpo, ahora completamente inmóvil, quedó abandonado sobre el altar. Jesús la observó durante unos segundos, antes de levantar la cabeza y mirar hacia la puerta. Fina sintió un escalofrío recorrerle la espalda cuando sus ojos se encontraron, aunque sabía que él no podía verla. Aún así, la sensación era inquietante, como si hubiera percibido su presencia.

—Tenemos que salir de aquí —murmuró Carmen, notando el cambio en el aire.

Fina asintió, retrocediendo lentamente sin perder de vista a Jesús. Sabía que habían presenciado algo mucho más grande de lo que esperaban, algo que probablemente tenía una conexión directa con lo que Marta se negaba a contarle. Pero ahora, más que nunca, necesitaba respuestas. Y no solo sobre la chica o sobre lo que Jesús acababa de hacer, sino sobre qué papel jugaba Marta en todo esto.

Sin hacer ruido, ambas cazadoras se retiraron del cementerio, sus mentes cada vez más llenas de preguntas y preocupaciones.

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Fina sintió cómo el viento frío de la noche le cortaba la piel mientras aparcaba su moto frente al hospital. Su mente aún estaba revuelta por lo que habían visto en el cementerio. Jesús no solo era una amenaza directa; estaba envuelto en algo mucho más oscuro y peligroso de lo que cualquiera de ellas podía imaginar. Pero necesitaba concentrarse, necesitaba estar allí para cuando su padre recibiera el alta.

Herencia de SangreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora