7. Olvídalo

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La tensión en el despacho se podía cortar con un cuchillo. Jesús de la Reina se apoyó en el marco de la puerta, observando la escena con una mezcla de sorna y amenaza en sus ojos. Fina se levantó instintivamente al verlo, intentando recomponerse, aunque aún sentía el calor de los labios de Marta en su piel. Marta, por su parte, se colocó delante de ella, como si su simple presencia pudiera protegerla de lo que venía.

—Vaya, vaya, vaya... —Jesús rompió el silencio, sonriendo con crueldad—. Así que Isabel tenía razón. La gran Marta de la Reina vuelve a tener un juguetito... Parece que hasta la más estricta, obediente y legal de nosotros acaba volviendo a los viejos hábitos.

Marta le lanzó una mirada gélida, su postura defensiva al máximo.

—No es lo que piensas, Jesús —respondió, tratando de sonar tranquila, pero el cabreo en su voz era evidente.

—¿Ah, no? —Jesús se irguió, dando un par de pasos hacia ellas—. ¿Y entonces qué hacíais? ¿Revisar documentos? —rió con malicia—. La verdad, hermanita, no puedo negarte que tienes un gusto exquisito.

Sin previo aviso, se acercó a Fina y le acarició la mandíbula con sus dedos, deslizando su mano por su cuello con una lentitud perturbadora. Sus labios se curvaron en una sonrisa mientras se lamía los suyos propios, como si saboreara la tensión en el aire. Fina, confundida y furiosa, intentó apartarse, pero la proximidad de Jesús la paralizó por un segundo.

—¡Apártate de ella! —exclamó Marta, dando un paso adelante, la furia chispeando en sus ojos.

Jesús levantó las manos, fingiendo sorpresa, pero sin perder su tono burlón.

—Tranquila, fiera. —Su sonrisa se amplió, arrogante—. ¿Ya no compartes con tu querido hermano? —Desvió la mirada hacia Fina, evaluándola descaradamente—. Aquí parece que hay mujer suficiente para los dos.

—¡Ni se te ocurra! —gritó Marta, con una voz llena de veneno. La amenaza en su tono era innegable.

Jesús soltó una risita sarcástica y se paseó por el despacho con la confianza de alguien que sabe que tiene el control. Continuaba provocando, su voz cargada de insinuaciones.

—Así que... —continuó Jesús, acercándose más a Fina, esta vez con una mirada más predatoria—. ¿Has vuelto al Libertad para saciar tu sed? —Hizo una pausa, disfrutando del silencio que se alargaba—. Aunque no puedo culparte. Las antiguas costumbres son difíciles de romper, ¿no es así?

—Jesús, ya basta —cortó Marta, su voz más firme—. No sigas por ahí.

Jesús la ignoró, pero se apartó finalmente de Fina, observándola con una sonrisa torcida antes de volver a enfrentarse a su hermana.

—Al menos veo que tienes buen ojo. —Volvió a dirigirle una mirada a Fina, quien, a pesar de la confusión, decidió no quedarse callada.

—¿Sabes qué, Jesús? —dijo con una frialdad que sorprendió incluso a Marta—. Tú no me conoces. Y lo que menos vas a hacer es tratarme como si fuera un juguete. Ni tuyo, ni de nadie —continuó diciendo intentando mantener el control sobre la situación. La adrenalina le recorría el cuerpo, mientras trataba de entender qué era exactamente lo que estaba sucediendo.

Jesús levantó una ceja, sorprendido, y luego soltó una carcajada.

—¡Vaya! —exclamó, dirigiéndose a Marta con una sonrisa de suficiencia—. Me gusta, hermanita. Parece que has elegido a una peleona. Eso lo hace más divertido.

—¿Qué quieres, Jesús? —espetó Marta, visiblemente cansada de su juego. Sabía que las provocaciones de su hermano no iban a detenerse si ella no lo enfrentaba directamente—. ¿Para qué has venido a verme?

Herencia de SangreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora