3. La Academia

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El eco de la voz de Marta seguía vibrando en la mente de Fina. Aún sentía la presión de su cuerpo contra la pared, el aliento en su oído, y las palabras que la habían dejado temblando. El encuentro había sido breve, pero lo suficiente para descolocarla. Aquella cercanía había dejado una huella en su cuerpo: el corazón aún le latía con fuerza, sus respiraciones eran cortas y su piel seguía erizada. Una mezcla de tensión, atracción y miedo recorría su cuerpo. Marta no era solo una mujer imponente; había algo en ella que iba más allá de lo natural, algo que Fina no lograba entender.

Trató de recomponerse mientras las sombras en los pasillos del hospital seguían rodeándola, haciéndole sentir fuera de lugar. Y aunque los escalofríos no la abandonaban, decidió que no podía quedarse ahí, no después de haber notado la preocupación en los ojos de Marta cuando la interrumpió en la habitación de su padre. Esa inquietud que había captado en su mirada no la abandonaba, y algo dentro de ella le decía que tenía que descubrir la verdad.

Decidida, Fina se enfocó en una nueva misión: averiguar qué era lo que había llevado a desestabilizar a Marta De la Reina. Caminó rápidamente por los pasillos de urgencias, su instinto diciéndole que algo estaba profundamente mal. Cada rincón del hospital parecía impregnado de una energía oscura, como si los pasillos mismos ocultaran secretos a los ojos de los desprevenidos.

Finalmente, después de dar vueltas por varias salas, notó una puerta entreabierta al final de un pasillo. Algo en ella le llamó la atención. Desde donde estaba no podía oír lo que decían, pero sentía esa misma energía que había percibido en Marta.

Se acercó con cautela, tratando de no hacer ruido, y se ocultó detrás de la puerta, lo suficiente para poder espiar lo que ocurría dentro. Aunque no podía escuchar la conversación, su mirada se posó inmediatamente en la doctora Luz, a quien había visto antes con Marta, y una enfermera de cabello castaño, largo, que Fina no conocía. La expresión de preocupación de ambas era palpable. Junto a ellas, el cuerpo de una joven yacía en una camilla, inmóvil, como si la vida la hubiera abandonado hacía ya tiempo.

Dentro de la habitación, la conversación entre Luz y la chica era tensa.

-No es reanimable, Begoña.

-Pero, no podemos dejar que muera así, Luz -dijo Begoña en voz baja, sus ojos oscurecidos por la preocupación mientras miraba a la joven en la camilla-. Sería una muerte demasiado difícil de explicar. Sabes lo que eso significa.

-Lo sé, pero no hay nada que hacer. Ya la hemos perdido. Y no deberíamos involucrarnos en esto. Jesús no merece nuestra ayuda, lo sabes -respondió Luz, su tono frío pero contenido.

Begoña sacudió la cabeza con una mezcla de frustración y resignación. -No es por Jesús. Es por ella. No puedo simplemente dejar que una humana muera de esta forma. Sabes que no es nuestro estilo... No puedo ignorarlo, incluso aunque él me haya hecho tanto daño.

Luz la miró en silencio por un instante, comprendiendo que Begoña no iba a dar marcha atrás. Suspiró profundamente, sabiendo que no podría detenerla.

-Haz lo que tengas que hacer, pero date prisa. No podemos permitir que esto salga a la luz, ni que Marta lo sepa.

Fina no podía escuchar las palabras que intercambiaban, pero el lenguaje corporal de las dos mujeres le dejó claro que algo serio estaba ocurriendo. Sus ojos se mantuvieron fijos en la joven en la camilla, que parecía haber fallecido.

Notó cómo la enfermera se acercaba a la chica y se agachaba hacia ella, pero no podía ver qué hacía. De repente, sucedió algo que la dejó perpleja.

"¿Qué demonios está pasando?", pensó Fina mientras sus piernas se sentían ancladas al suelo, incapaz de moverse.

De un momento a otro, la joven en la camilla, que estaba pálida e inmóvil, abrió los ojos. El color volvió a su rostro con una intensidad que parecía inhumana. La transformación fue rápida, espeluznante. Sus ojos, antes opacos y vacíos, ahora brillaban con una luz extraña. Era como si la vida misma hubiera sido inyectada directamente en su cuerpo. Fina observaba, estupefacta, sin entender cómo era posible algo así.

Herencia de SangreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora