[=The Galaxy is Flood, Not Food=]

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The Galaxy is Flood, Not Food

[Sitio: SpaceBattles]

[Sinopsis]

Estamos en el 42.º Milenio. Durante más de cien siglos, el Emperador de la Humanidad ha permanecido inmóvil en el Trono Dorado de Terra. Su Imperio se extiende por la galaxia, pero las Fuerzas del Caos la han dividido en dos tras la Caída de Cadia y la apertura de la Cicatrix Maledictum. Sin embargo, con el desgarro en la realidad, abierto por la malevolencia de los cuatro Dioses Oscuros, algo inesperado emergió en esta realidad. Algo que no estaba dentro de los planes de ningún jugador del Gran Juego.

Un hombre corriente, nacido en otro tiempo y otro lugar, emerge en las profundidades de un Mundo Colmena. No como él mismo, sino como una única espora del más horrible de los parásitos.

El Diluvio ha llegado a Warhammer 40k.

[Capítulos Actualmente: 61 ]

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[Prólogo – Despertar]

Al principio no había nada. Ni luz ni oscuridad, solo inexistencia, un sueño profundo.

Una mota de materia biológica, un cúmulo quitinoso de células, flota sin rumbo en el viento artificial de una turbina, desapercibida, indistinguible del polvo creado por la piel muerta de innumerables trabajadores. Uno de esos trabajadores jadea de cansancio, aspirando el aire que huele a aceite y óxido. Cada respiración es veneno, pero ninguna más que ésta, cuando la mota se adhiere a la garganta del trabajador.

Luego, hubo un proceso. No sentimiento, no verdadero, ni siquiera intención. Acción, tan mecánica como cualquier otro proceso biológico automático. Algo que no se podía detener. No se podía alterar ni ralentizar.

El cúmulo se extiende, metódicamente, pero rápidamente. Uno se convierte en dos, se convierte en cuatro, se convierte en ocho, y así sucesivamente. Al principio, el crecimiento no tiene guía, el único requisito es la expansión, la replicación en todas las direcciones. Su anfitrión sólo es consciente de un picor en la garganta, una enfermedad menor de poca importancia en su mente. No ven la mancha de color gris verdoso que va creciendo lentamente como moho en su esófago.

Entonces, había deseo. Un instinto que venía de dentro de sus propias hebras de material genético. Ningún pensamiento, ningún plan, sólo una necesidad.

Una vez establecida su base, el grupo se arquea. Se esconde en las venas y sus células son transportadas por ríos de sangre. Sus zarcillos serpentean alrededor de los órganos vitales, ocultos e imperceptibles. Mientras su anfitrión come, él también lo hace, festejando y creciendo.

Entonces, hubo un cambio. Nuevos deseos, nuevos instintos, nuevas cosas que lo impulsaban. Crecer más rápido, más grande, convertirse en más y volverse diferente. Se necesitarían nuevas fuentes de materia orgánica.

Los primeros signos de la infección han aparecido. El anfitrión intenta ocultar los cambios, pero su trabajo es agotador, lleno de calor y sudor. Donde otros quitan capas de tela, el anfitrión pone más y más, atrayendo miradas en lugar de disuadirlas. Los descubren y sus semejantes no los comprenden, pues les han enseñado a odiar lo diferente. El huésped es golpeado con herramientas, pero el fin de sus procesos biológicos solo condena al resto. Incontables esporas, transportadas por la lluvia de sangre, en cada gota de sudor, con cada respiración dificultosa, se adhieren a nuevos huéspedes incluso con el más mínimo contacto y comienzan todo de nuevo, solo que más rápido.

Luego, llegó la rabia. Una furia antigua, fundamental para su existencia, que había sido infundida en él por una voluntad tan ajena como familiar. La conceptualización aún no era posible, por lo que solo esa ira impulsó su expansión.

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