1. no da más

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El sonido de las pisadas de Juanjo Bona resonaba en el mármol pulido mientras recorría el largo pasillo que lo llevaba a la sala de juntas. La Torre Bona, la fortaleza de cristal y acero, pieza central de su inmenso imperio lujoso, se erguía imponente sobre la ciudad, una manifestación física de su poder y control absoluto. Desde lo alto, la vida urbana parecía insignificante, como si él fuera el único verdadero jugador en un tablero que pocos entendían.

El silencio era denso, casi reverencial. Las paredes de vidrio dejaban ver el movimiento incesante de la oficina, una maquinaria perfectamente sincronizada, donde cada empleado, cuidadosamente escogido y analizado, sabía que cualquier error podía costar caro. En este mundo, todos decían las palabras correctas, sonreían en los momentos adecuados y hacían reverencias sutiles al pasar. Juanjo lo sabía bien: era su territorio, y en él, nadie podía esconderse.

Al llegar a la puerta de la sala de juntas, Juanjo se detuvo por un instante, ajustándose los gemelos de plata que brillaban bajo la tenue luz. Un pequeño gesto, casi insignificante, pero que para él significaba mantener todo bajo control, hasta el más mínimo detalle. Abrió la puerta con un movimiento seguro, y allí, de pie junto a la ventana que daba al horizonte infinito, encontró a Martin Urrutia.

Martin se giró lentamente, una sonrisa apenas perceptible en su rostro perfectamente afeitado, exceptuando su característico bigote. Su presencia irradiaba una calma inquebrantable, esa misma que desconcertaba a todos los que lo rodeaban. Vestido impecablemente con un traje que parecía hecho a medida para él, Martin era un hombre que siempre sabía cómo captar la atención, sin necesidad de levantar la voz.

—Juanjo —dijo Martin, en un tono suave, casi íntimo—, parece que ha llegado el momento de grandes decisiones.

Juanjo asintió, sin apresurarse a responder. Se acercó con pasos firmes, observando cada detalle: la postura relajada de Martin, la manera en que sus ojos recorrieron la sala como si ya lo supiera todo. "Es un placer verte." La frase flotó en el aire, no dicha, pero insinuada en los gestos y miradas. Juanjo sabía mejor que nadie que los verdaderos mensajes rara vez se expresaban en palabras.

—El clima ha decidido acompañarnos —respondió finalmente, con una ligera sonrisa que no alcanzó sus ojos.

Tomaron asiento frente a la larga mesa de caoba, donde los documentos esperaban ser revisados. Ninguno tenía prisa; en su mundo, las decisiones no se tomaban bajo presión. El poder no necesitaba ser apresurado.

Martin miró la ciudad a través del cristal, como si contemplara un cuadro en movimiento. —Es impresionante cómo todo sigue su curso —comentó—. A veces, parece que la ciudad respira con un ritmo propio, ¿no crees? Sin importar lo que hacemos o dejamos de hacer.

Juanjo solo hizo un leve movimiento con la cabeza. Las palabras de Martin, siempre tan medidas, parecían tener más de un significado, pero él no se molestaba en intentar descifrarlas. Era parte del juego, un juego que ambos habían perfeccionado a lo largo de los años.

En un mundo como éste, es inevitable cruzarte con personas de cierto estándar. El afán de aspirar a alcanzar el máximo conduce a situaciones como esta. Si hay algo que iguala en importancia el "poseer", es el "mantener". Nadie es nada sin estabilidad y crecimiento. Por ello, para conservar el auge de un imperio es necesario establecer relaciones de mutualismo con magnates a la altura.

Bona era un tipo solitario, eso no se podía negar. La traición había sido un componente habitual en su pasado, y era reacio a arriesgarse de nuevo. Pero tras muchos meses de observación, análisis y reflexión con su leal equipo, llegó a la conclusión de que era una decisión ineludible.

Martin Urrutia era uno de los personajes más aclamados y problemáticos del sector, pero nadie podía cuestionar el admirable poder que había logrado acumular. Su domino había alcanzado su máximo esplendor en la actualidad, el cual combinado con la imagen chulesca y cautivadora que no dudaba en mostrar al público, le situó en lo más alto del ranking en cuestión de un instante.

De entre la larga lista de potenciales socios para el imperio Bona, estaba claro que Martin era una opción destacable. Su alianza desencadenaría en beneficios incalculables que captarían la atención del planeta entero.

La puerta se abrió discretamente, y Chiara Oliver, la asistente personal de Juanjo, entró para dejar un par de carpetas sobre la mesa. Su mirada era rápida y precisa, y en un segundo evaluó la situación antes de retirarse sin decir una palabra. Clara era eficiente, casi invisible, y eso era exactamente lo que Juanjo valoraba en ella. Un claro ejemplo del perfil que exigía a los componentes de su plantilla: disciplina, responsabilidad y lealtad. Sin olvidar, claro está, la honestidad.

Cuando la puerta se cerró, Martin volvió a fijar su atención en él.

—Hace tiempo que no teníamos la oportunidad de sentarnos a hablar así —dijo Martin, su tono suave y envolvente—. Creo que este proyecto puede llevarnos a lugares que ni siquiera imaginamos.

—Siempre hay nuevas metas por alcanzar —respondió Juanjo, manteniendo el tono neutral.

—Ya sabes que no tengo miedo a las alturas.

Un silencio cayó entre ambos, pero no era incómodo. Era un silencio lleno de entendimiento, como dos depredadores que se estudian mutuamente, sabiendo que cualquier movimiento en falso podría ser interpretado como una debilidad.

La conversación fluyó lentamente, como un río que sigue su curso natural, planeando futuras reuniones en las que tratarían los temas necesarios. Ninguno mencionaba lo que realmente pasaba por sus mentes. Todo estaba calculado, cada palabra medida, cada gesto estudiado. Había un arte en su diálogo, una danza de poder que solo ellos podían apreciar.

El tiempo pasó, y cuando finalmente se levantaron para cerrar la reunión, Juanjo no pudo evitar una última mirada silenciosa a los ojos de Martin. "Puedes confiar en mí." Las palabras no se dijeron, pero estuvieron presentes. Martin sonrió, una sonrisa que no revelaba nada, y Juanjo se la devolvió, igualmente enigmática.

—Márquez, mi segurata, te espera abajo. Te escoltará hasta donde necesites. Muchas gracias por venir.

—A ti por recibirme. Hablamos pronto.

Cuando Martin salió de la sala, Juanjo quedó solo, mirando por la ventana al horizonte que se extendía ante él. La ciudad seguía su ritmo, y su imperio permanecía intacto y más fuerte que nunca. Por ahora.

En el silencio, su mente seguía trabajando, buscando patrones, analizando cada detalle. Siempre había sido así, su cabeza llena de murmullos incesables. Algo estaba por venir, lo sentía en los huesos. Pero lo que fuera, tendría que enfrentarlo con la misma frialdad y precisión con la que había construido su imperio. Después de todo, estaba ahí por una razón.

Y Juanjo Bona nunca se equivocaba.

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