The Real Me

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Tanto Spreen como Roier esperaban que ese día fuera un completo sufrimiento.

¡Y sorpresa! 

...

Al principio sí lo fue.

El viaje fue horriblemente silencioso. Roier no paraba de temblar como un chihuahua y Spreen contemplaba cada vez más la idea de salirse de la carretera y chocar contra algún poste de luz.
Cuando llegaron a su casa, fue el único momento en que Roier pudo calmarse aunque sea por un rato.

— Mamá, ya volví.

Anunció el más alto.

De pronto la figura de una mujer se abrió pasó desde dónde Roier creía que era la cocina debido al delantal que llevaba puesto junto a los guantes que combinaban.

— Oh, mucho gusto Roier. Perdona mi mala imagen, estaba algo ocupada.

Dijo la mujer cuando llegó hasta donde él estaba, quitándose uno de los guantes para poder estrechar su mano.

Indudablemente era la misma mujer de aquella foto con un par de años más, claro está. Con la diferencia de que llevaba su largo cabello negro en una coleta y que ahora podía distinguir mejor el color de sus ojos.
Eran morados. Exactamente el mismo color que los de Spreen y Missa. Pero debía admitir que Spreen se parecía mucho más a su madre.

— ¡Acabo de preparar galletas! Espero que te gusten.

Retiraba lo dicho. Spreen podía parecerse mucho físicamente a su madre pero carecía de esa cálida y adorable amabilidad.

— ¿En serio? Le agradezco mucho pero no era necesario.

— Tonterías. Mi hijo ha hablado sobre tí y dijo que te gustan los postres.

La manera en la que Roier automáticamente volteó a verlo con una ceja arqueada fue suficiente para que Spreen reaccionara rápido para aclarar la situación.

— No hablé de vos. Ella me preguntó.

— Ah…

— ¡Cierto! Aún tienes que usar una bota por tu lesión.

Volvió a hablar la mujer observando su bota como alguien observaría a un pobre gatito en la calle.

— Sí, pero ya casi no siento dolor. Solo incomodidad. Además, en pocos días ya tengo mi última revisión y podría quitarmela si todo está bien.

Roier no lo vió, pero en ese momento y sin saberlo, la otra persona presente desvió la mirada con algo de pena.

— Aún así debes de tener cuidado. ¿Se quedarán en la sala?

Regresó su vista a Spreen esperando su respuesta.

— No, estaremos en mi habitación.

Al castaño casi se le salen los ojos de lugar al escucharlo pero trató de disimularlo lo mejor posible.

— ¿Lo harás subir todos esos escalones? ¿En qué estás pensando? —Regañó la mujer sin perder su postura amigable.— ¿Por qué no ven las películas en la sala?

— Sí, Spreen. ¿Por qué no vemos las películas en la sala?

Apoyó Roier con un tono de voz ligeramente agudo y una sonrisa temblorosa. Pero Spreen no lo notó o directamente lo ignoró porque no se apiadó de él en lo más mínimo. Ni siquiera lo miró.

— Yo lo ayudo a subir. No te preocupes.

QEPD tobillo de Roier y su dignidad.

— Spreen…

I Don't Dance | SpiderBearDonde viven las historias. Descúbrelo ahora