CAPÍTULO 1:

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Querido diario:

¿Lo he escrito bien? Jamás había usado ni escrito un diario en toda mi vida. Ni siquiera cuando era un niño. No quiero pensar que ya estáis sacando vuestras conclusiones sobre mí a partir de estas primeras líneas, como que soy muy cursi por escribir un diario o cosas por el estilo. No, no. Nada de eso. Este diario fue un regalo de mi madre por mi cumpleaños, que es dentro de una semana. Que adelantada son algunas madres cuando quieren, ¿verdad? La mía lo es. Y bastante. Como nunca antes había escrito un diario (y tampoco lo pretendía, seamos sinceros), pues no me hizo mucha ilusión el regalo, la verdad. No me gustó, honestamente. Y yo que me esperaba algún comic o algo. Mira que con una camiseta me conformaba, pero es que algunas madres (o la mía, no lo tengo aún muy claro), son así. Aciertan cuando quieren. Todo lo que ahora mismo estoy escribiendo no iba a comentárselo a mi madre. Por supuesto, no soy idiota. Pero ella ya lo sabía. ¿Sabéis eso de que algunas caras tienen subtítulos, es decir, que miras a alguien a la cara y es como si le leyeras la mente? ¿No? ¿Nunca lo habéis oído? Bueno, una cosa más que aprendéis. La mía los tenía ¡Y son imposibles de desactivar! Mi madre no lo sabía por mi cara (aclarar que le di las gracias y todo) sino que ese no era en verdad el regalo, (o eso esperaba). Me pidió, impaciente y con una sonrisa dibujada en su rostro llena de emoción, que abriera el diario. ¿Y qué podía haber ahí dentro? ¿Un comic, quizás? ¿Una camiseta? Al encontrar un sobre oculto en las primeras páginas, automáticamente pensé que me habían regalado dinero y sonreí al instante. Una reacción algo predecible cuando se trata de ver un sobre. Eh, no me miréis de esa forma, ¿Qué esperabais que hiciese? ¿Disgustarme por haber recibido dinero? Que aburridos sois a veces, con perdón... ¡Yo con dinero me compro de todo! ¡De T-O-D-O! 

       Perdón, perdón. Que me despisto y me pierdo. Herencia, supongo. Por dónde iba, a ver... ¡Ah! Ya, ya me acuerdo. Os estaba contando lo del sobre. Saqué el sobre con las dos manos y al abrir el sobre con cuidado encontré cuatro billetes de avión... ¿un viaje? Pero ¿adónde? Mis padres, incluida mi hermana, me miraron expectantes. Esperaban ansiosos a que uniera los cabos sueltos para por fin darme cuenta de cuál era MI REGALO. Miré a mi hermana mayor (sí, tengo una hermana mayor y, además es insoportable), que me miró con sorna, de esa manera tan despectiva que a veces utiliza para molestarme. Aunque no le niego el motivo, porque llevaba medio minuto sin leer el destino del vuelo. Es cierto que un viaje en avión es increíble, pero que menos que saber a dónde voy ¿no? Al mirar el destino casi lloro de la emoción (y lo peor es que no es broma.) ¡A ESPAÑA! ¡Que me iba a ESPAÑA! ¡Mi sueño hecho realidad!

     Cada vez que lo recuerdo, me emociono todavía más. Siempre soñé con ir a España algún día ¡Y ese día iba a ser por mi cumpleaños! Que por cierto os lo adelanto, el doce de diciembre, para que vayáis tomando nota. Estaba muy entusiasmado, tanto que corrí a darles un abrazo asfixiante a mis padres, que me tuvieron que soltar porque no podían respirar... España era mi mundo, mi sueño, una ilusión para mí. Amaba su cultura, su forma de hablar, sus bailes, su comida... ¡T-O-D-O! Si es que me alegraría y todo si mis padres me dejaran allí olvidado. Nosotros visitaríamos Madrid, la capital de España, donde mi hermana tenía un piso en pleno centro y podíamos quedarnos allí a dormir. En resumen, el viaje era de una semana. ¡Yo en España! ¡Quién lo hubiera dicho! Qué suerte (y envidia por mi parte) que mi hermana mayor estudiara ilustración allí. Madrid está muy lejos de donde vivimos y estudiar ilustración en la otra punta del mundo... ¡Pero y qué, si podía tener la suerte de ir allí de vacaciones! ¿Dará igual que tu hermana pesada estuviera a miles de kilómetros y que no te molestara por tus problemas de adolescentes? ¡Pues a mí sí! Si tuviera que elegir entre mi hermana y el viaje, lo tendría claro no, lo siguiente. España lo primero, ¡Que la vida sólo es una!

     Mi madre me dijo que el diario me lo podía quedar. <Para escribir todo lo sucedido en el viaje, si quieres>. Le aseguré que no lo usaría pero insistió en que le había costado dinero y claro, a cualquier madre se le replica. A la mía no, seguro. Pues por obligación de mi madre, empecé a escribir este diario, para contar todo lo ocurrido en ese viaje. Ya, sé lo que pensáis, escribir en un diario es una mierda, una puta mierda (en mi humilde opinión y con perdón por la expresión), porque todos sabemos que tu madre o tu hermana lo leerá en cuanto lo pierdas de vista un minuto. Y hay cosas que no queremos que nadie sepa. Tal vez por eso me compre un candado con su llave. Me lo apunto. Pero, a ver, podemos hacer las cosas mejor ¿no? Para eso, en vez de referirme a un objeto inerte al que le contamos nuestra vida y sentimientos más preciados y profundos sólo para recordar lo vivido y que, probablemente, alguien te lo cotillee, voy a referirme a vosotros. Sí. Vosotros. No miréis para otro lado, por favor. Os voy a meter en esto y me vais a tener que aguantar, al menos hasta que acabe mi viaje. Después, meteré el diario en el horno y le diré a mi madre que lo confundí con la cena.

Para empezar, me presentaré, aunque sea demasiado típico en una historia. Me llamo Yuriko Hattori. Soy japonés, vivo en Tokio, tengo quince años y no voy a continuar porque soy capaz de deciros donde vivo. Por último, ¡Este va a ser el viaje más alucinante de mi vida!

Un ángelDonde viven las historias. Descúbrelo ahora