8

0 0 0
                                    




12/08/1979


Querido diario...

Te había escondido por mucho tiempo, y ahora por fin es seguro escribir en tus páginas.

Mi marido se fue a otro de sus supuestos eventos de caridad, donde busca a nuevas víctimas.

Él sigue tan imparable como hasta ahora y aprendí que jamás podré ponerle un alto.

Me rompí por varios días luego de escribir aquí por última vez, Mi querido diario. Mi hija nació unos días después. No contaban con que yo pudiera sobrevivir al parto, pues me hallaba demasiado débil tras casi una semana comiendo poco y consumiéndome en el desprecio por mi marido, que apenas tenía fuerza para existir.

Como bien sabes, mi querido diario, hubiera dado todo por morir, pero, para mi desgracia, sigo aquí.

Estuve débil varios días, pero pude sobrevivir. Cuando por fin me dejaron conocer a la niña, no sentí lo que se dice amor, porque no sé qué es eso, Mi querido diario, pero me dije que haría lo posible porque mi hija no tuviera a un asesino por padre.

Intenté escapar de casa con ella, pero fracasé.

Cuando quise llamar a la policía para hacer una denuncia anónima, mi esposo me descubrió a medio marcar el número. Me dió a elegir entre la niña y yo. No tuve que pensarlo mucho: total, siempre me he odiado.

Esa noche la pasé horrible, mi querido diario. Mi marido volvió a pedir que no se nos molestara; entonces, nos encerró en la recámara y me tomó como nunca lo había hecho. No fue bonito, Mi querido diario. Me lastimó, me forzó a hacerle  cosas demasiado repugnantes para recordarlas y, al terminar, me hizo ir arrastrándome a la cocina por un cuchillo, con el que asesinó a otra pobre muchacha frente a mis propios ojos.

Entonces, me reveló que la última vez que se ofreció a preparar la cena, llevaba un toquecito de una víctima, para después advertirme que, de volver a intentar denunciarlo, la próxima sería la niña.

Le pregunté si sería capaz de hacerle eso a su propia hija, y su respuesta solo fue una despreciable sonrisa. Fui clara, si le ponía un dedo encima, lo mataría. Él volvió a sonreír.

Le encanta hacerse pasar por un hombre noble, ayudando a la comunidad, por eso sale de la ciudad seguido, aunque nunca me deja del todo sola, hasta hoy.

Debo irme, querido diario, mi niña llora.













VíctimaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora