Capítulo 3: Reducido a cenizas

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Eren por fin había encontrado un lugar en el que quedarse, uno que había evitado por mucho tiempo por su cercanía con la región de Shiganshina, pero dada las circunstancias, no le quedó de otra que optar por la gruta del exilio, el primer lugar a dónde había llegado hacía décadas junto con su hermano.

Un lugar que no conocía absolutamente nadie, un rincón ideal para permanecer en soledad, alejado de todos, en especial de los humanos. Y así había sido desde hacía 10 años, cuando sus motivos para mantenerse luchando flaquearon, pero se mantuvo avanzando, incluso contra sí mismo porque era lo correcto, porque no permitiría que siglos de historia, cultura y rostros cuyos nombres conocía, se desvanecieran tan fácilmente.

Las estalactitas fosforescentes y brillantes en un tono verde azulado, predispuestas de manera natural por todo el techo terroso de la gruta, le dieron la bienvenida cuando llegó, así como una paz sustancial que no había saboreado en mucho tiempo. Sin embargo, aquella se rompió cuando su espada, conocida por el herrero que la creó como Destructora de almas, emitió un resplandor azul metálico. Avisándole. Alertándolo.

Sin mayor premura, la empuñó y salió de la gruta para volar en dirección a dónde parecía provenir el enorme despliegue de energía que su espada percibía.

En el instante en que una luz naranja explotó en el cielo nocturno y las ondas de calor se apoderaron del ambiente, fue que la gente reunida en la casona de la familia Grice comenzaron a correr, gritar, todo lo que una persona amenazada y asustada...

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En el instante en que una luz naranja explotó en el cielo nocturno y las ondas de calor se apoderaron del ambiente, fue que la gente reunida en la casona de la familia Grice comenzaron a correr, gritar, todo lo que una persona amenazada y asustada haría: huir hacia un espacio seguro.

Sin embargo, Mikasa permaneció clavada en su lugar, sin despegar la mirada del cielo, observando como aquella criatura alada y gigante incineraba a su paso las linternas en el cielo, las cuales cayeron raudamente en lugares aleatorios, causando numerosos incendios a su paso.

—¡Rápido, debemos encontrar un lugar seguro para ocultarnos!—gritó Colt, exaltado y con evidente pánico en sus ojos mieles.

—Es...—Mikasa tragó saliva, completamente enajenada de los gritos de todos y de los ligeros tironcitos que Colt le daba a su ropa—. Es un ave de fuego.

El peso de sus propias palabras la abrumaron y su cuerpo entró en alerta.

Dejó que Colt la llevase con ella, pero a medio camino, se detuvo abruptamente.

—Debo encontrar a mi familia—le dijo, con un rastro tembloroso en la voz—. Ellos deben seguir por aquí.

Sin embargo, Colt la detuvo de marcharse.

—No es seguro, lo mejor es que busquemos un lugar en el que ponernos a resguardo primero.—La arrastró para que caminara con él—. Incluso es probable que ellos ya se hayan ocultado.

Pero ella no estaba tan segura de eso, así que se deshizo de su agarre como pudo y corrió en dirección opuesta, sin mirar atrás pese a los llamados de Colt para que regresara. Él había estado a punto de tomar su mano nuevamente, pero la marea de gente que pasaba corriendo por allí se lo impidió.

LA DANZA DE LOS DESTINOS | EreMika AUDonde viven las historias. Descúbrelo ahora