Capítulo 8: Deuda de vida

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Cuando el bosque volvió a la calma, Eren observó sus garras llenas de sangre y carne luego de destazar con furia a aquellos dos hombres que le había hecho daño a aquella humana, una que él no debería haber salvado en primer lugar, pero una deuda de vida lo mantenía atado a ella luego de que también lo hubiera salvado aquel día del veneno de la quimera.

Finalmente, la tomó cuidadosamente en brazos y notó lo fría que estaba, pero prefirió no pensar o dar por hecho nada hasta llegar a la gruta.

La estalactitas lo esperaron encendidas cuando ingresó y no tardó en llevarla hacia la habitación del fondo, dónde había una única cama hecha con piedra de jade y donde la depositó con mucho cuidado.

—¿Está...está...?—Armin, que había llegado allí hacía poco, sorteando el pantano que rodeaba la gruta, no dudó en acercarse a duras penas hasta los pies de la cama.

—No—aseveró Eren—. Todavía no.

Sin embargo, se mantuvo observando su rostro y cuando llevó dos dedos hacia su cuello, notó que su pulso era demasiado tenue ahora.

—¿Puedes hacer algo?—preguntó Armin, su voz teñida de desesperación—. ¡No la puedes dejar morir!

Pero Eren ya se encontraba lejos de la cama y con el ceño fruncido, porque aunque la hubiese salvado de esos hombres, había llegado demasiado tarde y la habían herido de muerte.

Eso no resolvería su deuda de vida porque no habría vida que salvar si no hacía algo.

Por otro lado, si ella moría, darle un entierro digno no serviría de nada, no cuando uno más de su familia había caído a manos suyas, aunque esta vez hubiese sido de forma indirecta y la de su padre...

Sacudió la cabeza y alejó ese pensamiento de su mente.

—¡Por favor, haz algo!—le rogó nuevamente Armin—. ¡Si tú quieres...ya no me regreses a mi forma humana, pero a ella sálvala!

Si Armin hubiese podido, se habría puesto de rodillas, pero en su estado débil y enclenque, solo pudo rogar, rogar y rogar.

—¡Ya te oí, cállate!—refunfuñó Eren, que se encontraba con los brazos cruzados y la mente trabajando.

Luego se acercó nuevamente a la cama y se arrodilló al lado del cuerpo de la mujer y después de observar sus ropas sangrientas, no dudó en rasgar las que se encontraban en la parte baja del abdomen, dónde se hallaba la herida.

—¿Qué haces?—preguntó Armin.

Pero Eren no respondió y se concentró en lo que debía hacer. Anteriormente cuando uno de los suyos perdía sangre en batalla o por enfermedad, usaban el intercambio de sangre, dónde uno se transfería un poco de la suya al otro con la finalidad de reponerla.

Esto era una locura, ya que esa hembra era humana y podía haber grandes posibilidades de que su organismo rechazara la sangre, pero decidió intentarlo de cualquier modo.

Así que dilató la garra del dedo índice de la mano izquierda y se cortó la palma de la mano derecha. Cuando la sangre dorada empezó a brotar, la recargó sobre el abdomen de ella y con la concentración a tope, le ordenó a su propia sangre que circulara hacia dentro, hacia las venas de Mikasa.

Mientras tanto, Armin no despegó el ojo de lo que sucedía, no sabía qué pensar o si lo que se encontraba haciendo aquel Zephyro funcionaría de algo. Pero cuando pensó que todo estaba perdido, notó como su amiga empezaba a agitarse de golpe, incluso su pecho se movió arriba y abajo cuando dio bocanadas de aire, aunque no abrió los ojos.

—Parece que funciona—afirmó Eren, y aunque su cuerpo seguía en recuperación, ya que su propia sangre se encontraba regenerándose a causa del veneno, aguantó cuanto pudo al dárselo a ella—. Ahora mi deuda de vida está pagada.

LA DANZA DE LOS DESTINOS | EreMika AUDonde viven las historias. Descúbrelo ahora