Capítulo 11

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Los días se habían vuelto más tranquilos en Awa’atlu desde que Ao’nung comenzó a recuperarse. Aunque todavía no estaba en plena forma, su fuerza volvía poco a poco. Sin embargo, el clima de calma estaba a punto de cambiar, porque Neteyam sabía que el momento más esperado estaba por llegar. Su bebé, aquella pequeña vida que había crecido dentro de él durante nueve largos meses, estaba listo o lista para nacer.

Era una noche de luna llena, la luz suave de Eywa iluminaba el océano, bañando el pueblo en un brillo sereno. Neteyam y Ao’nung descansaban juntos en su marui, disfrutando de uno de esos momentos de calma que ambos habían aprendido a valorar tanto. Ao’nung se había recuperado lo suficiente para poder abrazar a Neteyam, su brazo alrededor de su vientre abultado, sintiendo los suaves movimientos del bebé.

Sin embargo, la calma se rompió repentinamente cuando Neteyam se arqueó, un quejido de dolor escapando de sus labios. Una contracción lo tomó por sorpresa, y su cuerpo tembló involuntariamente.

—Ao’nung... —jadeó, con la voz temblorosa, mientras su mano se aferraba a la de su pareja.

Ao’nung se incorporó de inmediato, sus ojos llenos de preocupación mientras ayudaba a Neteyam a recostarse más cómodamente sobre su tapete (o mejor dicho, el nidito que el omega había hecho). La intensidad en el rostro de Neteyam era palpable, y Ao’nung trató de mantener la calma mientras le daba algunas indicaciones a Neteyam.

—Neteyam, volveré en un momento, ¿Si? Iré por ayuda— dijo Ao’nung, con su voz llena de urgencia.

En pocos momentos, Ao'nung regresó y el marui se llenó de actividad. Neytiri, Ronal y Tsireya llegaron rápidamente, preparándose para ayudar. Neytiri se acercó a Neteyam con una expresión de comprensión y apoyo.

—Tranquilo, mi niño. Estamos aquí para ayudarte —dijo Neytiri con voz firme y amorosa, mientras Ronal comenzaba a preparar las herramientas y los brebajes necesarios.

Neteyam estaba envuelto en una ola de dolor. Las contracciones llegaban en intervalos cortos y fuertes, cada una más intensa que la anterior. A veces, el dolor se volvía casi insoportable, y Neteyam se aferraba a la mano de Ao’nung, quien trataba de ofrecer consuelo con palabras suaves y caricias.

—Respira, mi amor. Respira conmigo —dijo Ao’nung, con la voz entrecortada mientras trataba de calmar a Neteyam. Sus propios ojos estaban llenos de lágrimas de ansiedad y preocupación.

Las mujeres guiaban a Neteyam en las respiraciones y las posiciones. Le pedían que se moviera con cuidado, que cambiara de posición para aliviar el dolor y facilitar el nacimiento. Los brebajes de hierbas que se le daban ayudaban a calmar las contracciones, pero no podían eliminar el dolor por completo.

Cada vez que una contracción alcanzaba su punto máximo, Neteyam no podía evitar soltar uno que otro quejido, su cuerpo arqueándose y sus manos apretando las de Ao’nung con fuerza (hasta un punto que parecía que le iba quebrar las manitas al pobre pescado con patas). El sudor se acumulaba en su frente y su respiración se volvía errática. A pesar de todo, la mirada en sus ojos era de determinación y esperanza.

Finalmente, después de un largo período de trabajo, Neteyam sintió un cambio en su cuerpo. La presión aumentó y un nuevo tipo de dolor se hizo presente, señalando que el bebé estaba cerca de salir. Las contracciones se volvieron más intensas y frecuentes, y Neteyam se concentró en empujar, siguiendo las instrucciones de las mujeres.

—Empuja, Neteyam. Empuja con fuerza —animó Neytiri, mientras se preparaban para recibir al bebé.

Neteyam hizo un esfuerzo final, empujando con todas sus fuerzas mientras el dolor alcanzaba su cúspide. El ambiente en el marui estaba cargado de tensión y emoción, y cada persona presente sentía la magnitud del momento.

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⏰ Última actualización: Sep 08 ⏰

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