Capítulo 04

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Infierno
Mason detuvo su carrera, sentía que el aire le faltaba en los pulmones pero eso no era posible, porque él no tenía pulmones. El cuerpo de Ayla chocó contra el suyo, tirándolos a ambos al suelo.

—¿No sabes detenerte sin llevarte a nadie por delante o qué?

—Perdón, no noté que te habías detenido.

—¿Tienes miopía o algo?

—No puedo. ¿Hola? Estoy muerta.

Mason soltó una risotada que ni sabía que estaba conteniendo y la miró con detenimiento. ¿Qué habría hecho esa chica para acabar en el infierno? Parecía demasiado inocente, demasiado pura.

Se levantó del suelo, tirando de ella hacía arriba y se dio la vuelta. Un viejo almacén abandonado era a dónde la había llevado.

—¿A qué me has traído aquí? —preguntó temerosa Ayla, tal vez fiarse del chico no había sido la mejor opción de todas—. ¿Vas a matarme?

—Quieres salir, ¿no? Pues aquí es el único lugar en el que vas a encontrar respuestas. ¿Y cómo cojones voy a matarte si ya lo estás?

—Pero está abandonado.

—En su momento alguien vivió aquí.

—¿Y me vas a decir ahora que esa persona logró salir del Infierno?— enarcó una ceja mirándolo con detenimiento, mientras este comenzaba a andar hacía la puerta.

—Eso cuentan las malas lenguas.

Mason la miró por encima del hombro antes de entrar en el lugar, Ayla se debatió entre seguirlo o no pero, desde el lugar en el que se encontraba, escuchaba a gente chillar desesperada. Sin detenerse a pensarlo mucho más siguió a Mason dentro.

—¿Mason? —preguntó a la nada al entrar al oscuro lugar, el aire se sentía pesado y dentro hacía muchísima más calor de la que hacía fuera. Y eso que fuera siempre hacía muchísima calor.

Mason encendió una luz, al final del lugar y Ayla lo buscó con la mirada. Cuando llegó hasta él, notó como parecía buscar algo en un escritorio de madera vieja que estaba lleno de polvo.

—Valkar me contó cuando llegué que aquí vivía un hombre que decía no pertenecer al infierno y que en el Purgatorio se habían equivocado al mandarlo aquí, así que comenzó a investigar cómo salir de aquí. Cuentan que habló con el mismísimo Diablo y que incluso Anubis pesó su corazón muerto.

Ayla creyó que el polvo del lugar era cocaína y que a Mason le había sentado mal. Él continuó hablando, se acercó a una pared, que se encontraba cubierta con una harapienta sábana y tiró de ella, elevando entre ellos partículas de polvo. No tosieron, no tenían esa capacidad. Lo primero que Ayla vio cuando la nube de polvo se disipó fueron muchísimos folios de distintos tamaños y colores, unidos por cuerdas. Recortes de fotos que a saber de dónde había sacado ese hombre.

Parecía la pared de un caso sin resolver.

—¿Y logró salir?

Mason se encogió de hombros, le encantaría saber el final de aquella historia. Pero no lo sabía.

—Esto es todo lo que tenemos —señaló la pared—. Los apuntes de un hombre posiblemente demente.

—¿En serio nadie sabe lo que ocurrió realmente con él? —Preguntó, curiosa, Ayla.

Mason negó, observando la pared. Se había quedado horas mirando aquel lugar sin obtener nada nuevo, pensaba que, quizá, cuatro ojos veían mejor que dos. Y sobre todo unos ojos que no habían visto aquellos recortes con anterioridad.

La venganza de Las CalumniasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora