Señales ambiguas

79 8 1
                                    

Jueves, 01/12/05

Faltaba menos de una semana para terminar ese año escolar. Estaba harta de las pruebas, las tareas, los trabajos prácticos, harta de todo. Lo único que me mantenía feliz en esos últimos días eran las vacaciones y mi último logro.

El domingo anterior habíamos hecho la muestra de fin de año en baile y había sido un éxito, había podido bailar con Agus en un escenario después de tanto tiempo. La sorpresa me la llevé cuando la directora de la academia que mi hermana había rechazado se nos acercó a nosotras dos para convocarla otra vez, pero esta vez a mí también me habían convocado. Entonces no podía sacarme la idea de la cabeza de poder hacer algo relacionado al baile al terminar la secundaria.

El calor ya se hacía notar en el ambiente, también la humedad, pero estaba agradecida de poder ir con la pollera al colegio. Amaba el verano y todo lo que tuviera que ver con este.

Salí del aula al lado de las chicas, que hablaban de boludeces sobre el viaje que estábamos por hacer juntas. Estábamos todas ilusionadas porque era la primera vez que nos íbamos de vacaciones juntas y sabíamos lo bien que la íbamos a pasar.

Sonreí al ver a Fran en la puerta del colegio. Me acerqué y lo saludé con un abrazo.

—Buenas—Saludó el morocho—. ¿Sabés lo bien que te queda esa pollerita?

—Soy consciente de eso, sí—Asentí divertida—. Ya sé a lo que querés llegar, Franquito.

—Sabés que no me puedo resistir—El más alto sonrió coqueto y se inclinó para besarme. Sus manos bajaron hasta mi cintura y más tarde hasta mi culo.

Pero sentía la pesada mirada de alguien sobre nosotros. Sabía quién era porque lo había visto cuando me acerqué a mi amigo. Intenté concentrarme en cómo Fran me levantaba la chomba para sentir la piel de mi abdomen, pero no podía.

—Me harté, ¿Podés dejar de mirarme, Guido? —Escupí, separándome de Franco.

—Yo no soy el que está haciendo una peli porno en la puerta del colegio, corazón, bancate las miradas o andate a tu casa—Respondió el rubio, prendiendo un pucho.

—Yo puedo hacer lo que se me cante el orto en donde se me cante el orto—Fruncí el ceño.

—Lo mismo aplica para mí, ¿Qué problema tenés si te miro? —Guido sonrió de lado, haciendo que mi sangre hierva.

—¿No tenés nada mejor que hacer? Posta te lo pregunto—Me quejé, mirándolo mal—. Andá a transar con tu novia, cogértela, no sé, algo.

—Estoy esperándola, hoy sale más tarde por no sé qué mierda—El rubio se encogió de hombros mientras le daba una calada al cigarrillo.

—Te espero en el auto, preciosa—Franco supo escapar de la situación con un beso en mi mejilla.

—Vos también te podés ir yendo—Señaló Guido—. ¿O querés dejar a tu falso noviecito esperando?

—No volvamos a ese temita de noviazgos falsos—Pedí, sonriendo irónica—. No es un tema que te beneficie mucho, ¿O sí?

—¿Por qué lo decís, Porcelli? —El más alto enarcó una ceja.

—Y, digo, no se nota que quieras mucho a Ayelén—Me encogí de hombros, fingiendo desinterés.

—Y vos sos súper capaz de deducir eso, ¿No? —Se rio el rubio—. Mirá, corazón, si querés seguir pensando que estoy enamorado de vos y que nunca te superé, pensalo. A mí no me cambia nada.

—¿Y quién dijo algo sobre eso? —Sonreí, había metido la patita entera.

—Ay, Valen, te conozco, sé lo que pensas—Bufó Guido, rodando los ojos.

Dulce CondenaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora