Escuchame

106 10 1
                                    

Martes, 28/06/05

Tenía ganas de vomitar, en dos horas tenía la prueba y no me sentía lista, era la segunda vez que me pasaba. La semana anterior había desaprobado la prueba de política con un seis y no me tenía fe para la de literatura que tenía que rendir ese día. La respuesta a todo eso era Guido Armido Sardelli. Había estado nerviosa por todo lo que sentía y ahora más después de lo que había pasado el fin de semana. Me estaba consumiendo viva y no sabía cómo salir de eso. Qué mierda que era amar de esa manera a alguien.

Aproveché que teníamos la primera hora libre para encerrarme en la biblioteca a estudiar y así sentirme más segura, pero, al igual que en toda la semana, me era imposible concentrarme en nada ¿Cuánto tiempo iba a durar esa tortura? Pero apareció una tortura peor.

—¿Otra vez estudiando? ¿Qué onda? ¿Se te terminó de quemar el cerebro? —La voz de Guido inundo mis oídos y me sacó de mis pensamientos.

—Guido, no es momento, necesito repasar—Supliqué que por favor me entendiera y me dejara en paz por lo menos esa vez.

—Bueno, perdón, pero necesito hablar con vos—El rubio se sentó frente a mí—. ¿No tenés un minuto para escucharme?

—No, Guido, para vos no tengo ni un segundo libre ¿Te podés ir? —Le pedí, mirándolo por primera vez desde que llegó.

—No, es en serio, Valentina—Insistía él. Yo bufé y me levanté, empezando a juntar mis cosas—. ¿Dónde vas?

—A un lugar donde no puedas encontrarme, no tengo ni tiempo, ni ánimo para hablar con vos, pero como no te vas, me voy yo—Escupí yéndome con las manos abarrotadas de cosas, Guido solo me miró mal, pero no me siguió.

Ya era al pedo irme porque el profesor había llegado y teníamos que ir al aula. La hora de inglés me la pasé pensando en cualquier otra cosa menos en la clase. La prueba de la hora siguiente, los cólicos menstruales y Guido eclipsaban totalmente mi cabeza por sobre cualquier otra cosa, revolvían mi estómago, el cual se arrepentía de haber desayunado a la mañana. Mordía mi lapicera mientras veía como Guido escuchaba al profesor y en mi cabeza solo intentaba repasar lo que había estado leyendo durante toda la semana, pero solo recordaba un párrafo de las diez hojas de resumen. Cuando me quise acordar la lapicera había explotado en mi boca y mi mano. Puteé a todo el que pude.

—La boca, Porcelli—Me retó el profesor—. Vaya a limpiarse y tire esa lapicera, se lo pido.

Yo asentí e hice lo que me pidió. En el camino al baño iba a las puteadas, el día junto a los nervios estaban terminando conmigo. Era un día acelerado y, encima, en mi pecho sentía un presentimiento de que algo iba a pasar. No me sentía para nada bien.

Me lavé la boca y la mano lo mejor que pude, logré sacar toda la tinta negra de mi cuerpo en un cuarto de hora totalmente estresante. Sabía que ese tiempo era el exacto que faltaba para el recreo y no me gustaba nada. No me sentía preparada para la prueba, no sabía nada, era la primera vez que me pasaba en años y no había peor sensación.

Cuando salí del baño ya había empezado el recreo y yo tenía ganas de llorar, estaba estresada.

—¿Más boluda no querés ser? ¿Cómo se te va a explotar la lapicera así? —Se burlaba Guido apenas se acercó a mí.

—Ahora no, Guido, no es momento—Rogué, buscando con la mirada a mis amigos por todo el patio.

—Dale, Valen, necesito hablar con vos ¿Me podés escuchar? —Pidió el rubio, persiguiéndome.

—¡No! ¡No puedo, pelotudo! ¡Dejá de joder! —Sentía que me podía poner a llorar, apenas vi a los chicos corrí hasta donde estaban sentados en ronda.

Dulce CondenaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora