CAPÍTULO 2

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<<Ella es la ternura

hecha mirada.

La maldad

hecha sonrisa.>>

Omarr Concepción.

Violeta Hódar:

Desde hace dos días en mi cabeza se repite una única frase pronunciada por el poeta Octavio Paz, y dice así; "un mundo nace cuando dos se besan". Considero que nadie podría haberlo descrito de una manera más acertada.

Un beso mueve una treintena de músculos —si contabilizamos los diecisiete de la lengua—, nueve miligramos de agua por culpa de la saliva, 0'18 de sustancias orgánicas, cientos de bacterias y otra cantidad indescifrable de gérmenes. Un beso es un solo gesto que excita un cuerpo entero. Un beso es solo una acción que puede desestabilizar tu mente.

Un día leí un artículo en el periódico de Alfred que decía así; "El beso es un mordisco que aprendió educación". Y no puedo negar que esa idea me hizo sonreír, porque para mí el beso está relacionado con la diversión y el disfrute. A todo el mundo le gusta besar. No conozco a una sola persona que pueda crearle repulsión un gesto tan íntimo y natural como ese.

Y a mí, concretamente, me gustan demasiado los primeros besos. No, no me gustan, me apasionan. ¡Se puede descubrir tanto en un primer beso! Por no decir, que puede ser el principio de todo o el final de lo que podría haber sido eterno.

Y, sin duda alguna, el beso compartido con Chiara no se acerca ni en broma a convertirse en un final cercano. Todo lo contrario.

—Juro por mi vida que, si no quitas esa cara de idiota ahora mismo, me vuelvo a mi casa a escuchar a Martin montárselo con alguno de sus ligues. —Ruslana está alzando un dedo a modo de amenaza, pero es imposible que alguien pueda convencerme de dejar de sonreír más de lo normal.

—Es mi cara natural, Albatros. —Me encojo de hombros, ignorando a mi mejor amiga para volver a concentrarme en examinar bien los tomates que hay frente a mí.

—No, tu cara natural es una sonrisa divertida, no esa... esa... —vuelve a aparecer en mi campo de visión para comenzar a hacer círculos delante de mi rostro— ¡Por favor, Violeta! Que estoy a punto de preguntar en alguno de estos puestos si venden un babero para mi amiga.

—Deberías —asiento, sonriendo aún más si eso es posible—. Quizás deberías pedir varios, porque es probable que siga sonriendo de esta forma durante una larga temporada.

—Si lo peor no es que sonrías... lo peor es que no has dicho nada del motivo por el que lo haces. —Se cruza de brazos, comenzando a dar golpecitos con el pie contra el suelo.

En vez de prestar atención a su demanda, alzo la mano para llamar la atención de la señora del puesto de la verdura, que se acerca de inmediato. No tardo en solicitarle medio kilo de los mejores tomates que pueda ofrecerme, y es agradable ver que a ella no parece importarle mi perenne sonrisa.

Ruslana, por el contrario, está a punto de comenzar a soltar efervescencia por la cabeza. Y no es que quiera ignorarla de forma deliberada, pero tampoco sé por dónde puedo empezar a contar toda la historia sin parecer una lunática a sus ojos. Aunque parezca una mujer llena de libertad y falta de prejuicios, sé que se preocupa demasiado por mí.

—He vuelto a ver a Chiara —me encojo de hombros para restarle importancia, pero el hecho de pronunciar su nombre tiene que estar evidenciando bastantes cosas porque los ojos de mi amiga se alumbran—. Y no, no ha pasado nada de lo que puedas pensar que ha pasado.

CON TUS PALABRASWhere stories live. Discover now